Usted está aquí

El beso de Judas

El beso de Judas

Narran Evangelios que, después de celebrar la Pascua, Jesús se retiró con los Apóstoles al huerto de los olivos, al otro lado del torrente del Cedrón, fuera ya de la ciudad, para orar. Judas había acordado entregarlo aquella noche… Tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos se dirigió al lugar. Venían con faroles, antorchas y armas. Viéndoles llegar, Jesús se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? A Jesús, el Nazareno, contestaron. Yo soy. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: ¿A quién buscáis? Ellos dijeron: A Jesús, el Nazareno. Jesús contestó: Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos.

En este espectacular fresco de la Capilla Scrovegni, en Padua, Giotto consigue transmitir el efecto de tumulto y confusión que produjo la traición. En el centro de la composición, Judas envuelve a Jesús con su manto para darle el beso de la muerte. Sus labios son groseros y su mirada esquiva. Petrificado de horror, pero sereno, Jesús le mira fijamente con un dulce destello de amor, severidad y repulsa sin fin, y le ofrece una nueva oportunidad para el arrepentimiento: “Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”

Son palabras tristes, pero firmes, que revelan la maraña maligna que anida en el corazón agitado y endurecido del discípulo.

A la escena previa –de la oración en el huerto, solemne, íntima y silenciosa– se opone ahora, bajo los olivos, el alboroto, el tumulto e incluso la violencia. Se agitan en alto antorchas y palos. Las tinieblas, pintadas de azul lapislázuli por Giotto, envuelven la escena y se adueñan de la noche.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha.

Nuestro Señor practica dos acciones aparentemente contradictorias. Por un lado, habla tan alto que, aturdidos los esbirros, caen por tierra. Sus palabras se dirigen más a sus corazones que a sus oídos. No sabemos cuál fue el provecho que aquellos hombres sacaron de la gracia recibida. Pero ciertamente el temor que sintieron, al derrumbarse a la voz del Maestro, les fue saludable, como le fue saludable a Saulo, cuando la misma voz le gritó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? La misma voz que postra cuerpos y ensordece oídos, yergue almas que están postradas y abre los oídos del espíritu que estaban sordos. A veces, para curar es necesario gritar.

Por otro lado, Jesús se inclina y restituye la oreja cortada. El mismo que aterroriza, consuela.

Con Malco, el Divino Maestro procedió de otra manera. Cuando le restituyó la oreja cortada por la fogosidad de Pedro, le estaba otorgando un bien temporal, sin duda, pero sobre todo deseaba abrirle el oído del alma. A unos aplica el estruendo divino de su voz, a otros, palabras de bondad.

Debemos imitar su bondad, y aprender de Él que hay momentos en los que es necesario saber postrar por tierra con santa energía a los enemigos de la fe, como hay ocasiones en que es necesario saber curar los propios males de aquellos que nos hacen mal.

Giotto di Bondone, qque había nacido alrededor del año 1267, tenía 36–38 años cuando trabajó en la capilla de Enrico Scrovegni, cubriendo todas las superficies interiores con frescos, incluyendo las pareces y el techo. Tenía un equipo de alrededor de 40 colaboradores. El beso de Judas pertenece al clico de la Vida de Cristo y la Vida de la Virgen. Su fama había trascendido ya las fronteras de Florencia y se extendía por toda Italia. Sin dejar a un lado la búsqueda de la belleza y la proporción, Giotto muestra una preocupación por la tridimensionalidad y el espacio situando a las figuras en encuadres arquitectónicos de carácter escenográfico. También se interesa por plasmar –con un gran naturalismo para la época–, los gestos, actitudes y poses de sus personajes. Fue el maestro de pintura más soberano de su tiempo. Contribuyó de forma decisiva en la evolución de la pintura gótica y es considerado el iniciador de la llamada “pintura moderna”. Era un hombre campechano y de vida hogareña, gran conversador y de ánimo bromista. Casado, dejó seis hijos que le sobrevivieron. Murió a los 70 años, y gracias a su gran austeridad, al revés que la mayor parte de los artistas de la época, dejó una buena fortuna.

Retrato de Giotto atribuido a Paolo Uccello (s. XV)