Usted está aquí

Educar en la templanza

El relativismo sostiene que no hay verdad objetiva y por lo tanto, no hay bien ni mal, por lo que toda decisión que se toma tiene el mismo rango de importancia. Como este planteamiento lleva a construir una personalidad enferma, propongo una vacuna: ayudar a los hijos a que adquieran la templanza para que tengan la posibilidad de integrar sus afectos y sus deseos en un modo de vida que apunte a lo grande y a lo expansivo.

La templanza es la primera virtud que hay que educar desde la primera edad. El niño, la niña, debe aprender a controlar sus impulsos físicos, su inmoderada capacidad de desear y de tener que se dispara ante todo tipo de caprichos. Desde que inicia el día, aparecen sus grandes retos para enfrentarse a lo que no le gusta porque supone esfuerzo: sus deberes, recoger las cosas en su habitación, ponerse a estudiar…; y frenar la apetencia de hacer sólo lo que le gusta: dejar volar la imaginación, jugar y dedicarse a las actividades que no le exigen especial esfuerzo.

El mundo a sus pies

El niño desea que el mundo se rinda a sus pies sin que eso le suponga ningún tipo de responsabilidad (en esto coincide con el planteamiento relativista). Por eso, la lucha por la templanza en los primeros años de la vida es capital porque posibilita que podamos madurar. Y se madura cuando apuntamos a lo costoso. Por ejemplo, decir que “no” a la apetencia inmediata, respetar el horario previsto, no protestar cuando toca hacer algo que no apetece…

Sin la adquisición de la templanza, la madurez no llega, sólo se alcanza cuando hay control sobre las apetencias del cuerpo. Una sociedad “destemplada” es una sociedad infantilizada, donde reina el capricho, el “bote pronto” y la falta de compromiso.

Por otra parte, el amor que se rige por el capricho, siempre es caótico porque sigue el dictado del ego y es incapaz de percibir otro sentido al amor que no sea el interés personal. Por eso, luchar por adquirir la templanza, nos hace descubrir -al menos dos cosas:

1) lo que es bueno y

2) caer en la cuenta de que no todo lo que es bueno es obligatorio tenerlo.

La templanza ayuda a poner orden en la sensibilidad y la afectividad, en los gustos y deseos, en las tendencias más íntimas del yo. Es como incorporar en nuestra cabeza  un chip que nos ayuda a discernir lo que conviene o no, para ser dueños de nosotros mismos porque -la templanza- posibilita tener criterio para poder hacer balance entre los deseos y aquello que realmente necesitamos.

¿Cómo ayudar a los hijos a adquirir la templanza?

Entablando conversaciones sobre la importancia que tiene lo que decidimos hacer porque nos convierte en personas en las que se puede confiar o no, ordenadas o desordenadas, generosas o egoístas, más estables o inestables… Por eso, razonando con ellas/ellos adquirirán criterio y podrán estar en disposición de ver si es conveniente hacer esto que les apetece ahora o no.

Dialogando sobre el beneficio que tiene “aprender a esperar” y posponer la gratificación inmediata a un esfuerzo realizado. Explicar por qué el beneficio más grande es adquirir la virtud de la paciencia, que ayuda a tener y a transmitir tranquilidad y confianza, binomio imprescindible para la mejora personal. Además, donde se respira calma y tranquilidad se evita que surjan situaciones que generan nervios, peleas y discusiones.

Comentando con ellos que la persona que vence sus apetencias y sus ganas, es más libre porque decide cuándo hacer o dejar de hacer algo, al no estar “enganchada/ enganchado” al capricho como si fuera una drogo-dependencia.

Comentándoles que la alegría siempre aparece después de haber hecho algo por los demás y eso, suele requerir un esfuerzo. Y cuando una/uno se esfuerza por los demás, pasado un rato, nota que está alegre.

Hablándoles de las ventajas que proporciona la templanza: no se pondrán tristes cuando echen en falta algo que tiene una amiga/ un amigo; disfrutarán más de lo que tienen y caerán en la cuenta de que no es más feliz quien más cosas tiene, sino quien menos cosas necesita.

Por todo esto, es importante esforzarse por adquirir la virtud de la templanza.