En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
- ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Comentario del Papa Francisco
A través de estas imágenes (semilla, mostaza), tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando la razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia. En la primera parábola la atención se centra en el hecho de que la semilla, echada en la tierra, arraiga y se desarrolla por sí misma, independientemente de que el campesino duerma o vele… La mostaza, la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta hacerse más alta que las demás hortalizas. Y así es el Reino de Dios. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes.