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Dos consejos como regalo de Pascua

No tengáis miedo

El Señor sabe que los miedos son nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más... Pero en la Pascua Jesús venció a la muerte. Por tanto, nadie puede decirnos de forma más convincente: “No temas”, “no tengas miedo”. El Señor lo dice allí mismo, junto al sepulcro del que salió victorioso. Así nos invita a salir de las tumbas de nuestros miedos. Pongamos atención: salir de las tumbas de nuestros miedos, porque nuestros miedos son como tumbas, nos entierran dentro. Él sabe que el miedo está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que necesitamos que nos repitan no temas, no tengas miedo, no temas: en la mañana de Pascua como en la mañana de cada día escuchar: “No temas”. Ten valor. Hermano, hermana, que crees en Cristo, no tengas miedo. “Yo –te dice Jesús– he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas!”. No tengan miedo.

Id y avisad

Pero, ¿qué hacer para combatir el miedo? Nos ayuda la segunda cosa que Jesús dice a las mujeres: «Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). Id a proclamar. El miedo siempre nos encierra en nosotros mismos; Jesús, en cambio, nos deja

salir y nos envía a los demás. Aquí está el remedio. Pero yo –podemos decir– ¡no soy capaz! Pero piensen, aquellas mujeres no eran ciertamente las más idóneas ni las más preparadas para anunciar al Resucitado, pero al Señor no le importa. A Él le importa que

vayan y lo anuncien. Salir y anunciar, “salir y anunciar”. Porque la alegría de la Pascua no es para guardarla para uno mismo. (...) Este es el secreto: anunciar para vencer el miedo.

Huid de la falsedad

El texto nos dice que el anuncio puede encontrar un obstáculo: la falsedad. De hecho, el

Evangelio narra “un contra-anuncio”. ¿Cuál es? El de los soldados que habían custodiado el sepulcro de Jesús. Se les paga –dice el Evangelio– «una buena suma de dinero» (v. 12), una buena propina, y reciben estas instrucciones: «Decid que sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras vosotros dormíais» (v. 13). ¿Vosotros dormíais? ¿Habéis visto en el sueño cómo robaban el cuerpo? (...) Aquí está la falsedad, la lógica de la ocultación, que se opone a la proclamación de la verdad. Es una advertencia también para nosotros: la falsedad –en las palabras y en la vida– contamina el anuncio, corrompe por dentro, conduce de nuevo al sepulcro. Las falsedades nos llevan hacia atrás, nos llevan directamente a la muerte, al sepulcro. El Resucitado, en cambio, quiere sacarnos de las tumbas de las falsedades y de las dependencias. (...) Queridos hermanos y hermanas, nosotros nos escandalizamos con razón cuando, a través de la información, descubrimos engaños y mentiras en la vida de las personas y en la sociedad. ¡Pero pongamos también nombre a la falsedad que llevamos dentro! Y pongamos nuestra opacidad, nuestras falsedades ante la luz de Jesús resucitado. Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas, hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a superar

nuestros miedos y nos conceda la pasión por la verdad.

(Plaza de San Pedro de Roma,

Lunes del Ángel, 18 de abril de 2022)