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Desgracias ajenas

Pondré tres ejemplos. El primero es de México: ¿saben cuántos asaltos con violencia se han producido en las carreteras este país entre enero y abril de 2017, es decir, en un periodo de apenas cuatro meses? La friolera de 13.734. Bueno, 13.734 registrados, así que no es descabellado suponer varios miles más. Eso son más de 110 asaltos por día. Y eso sólo en las carreteras.

Adivinen la cifra aproximada de muertos y heridos que ha habido en Yemen, un país de Oriente Medio tremendamente olvidado por muchos, desde que un buen puñado de naciones inició la guerra allí hace justo dos años. Se calcula que hay alrededor de 15.000 cadáveres y más de 40.000 heridos. Cada día mueren 144 niños, también por terribles enfermedades producto del conflicto. Hay cerca de 3.000 instituciones escolares que se han cerrado, casi medio millón de niños con desnutrición aguda y otro medio millón de mujeres embarazadas con grave riesgo de morir por falta de comida o durante el parto. En otras palabras, más del 80% de la población yemení requiere de ayuda humanitaria cuanto antes.

Un último caso: la República Centroafricana, un país con una superficie ligeramente superior a España y, sin embargo, con apenas 4 millones de habitantes. Lleva 3 años en una guerra cruenta que ha desplazado a unas 445.000 personas fuera de sus hogares. Según Médicos Sin Fronteras, más de la mitad de la población depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir, y el 70% del sistema sanitario está literalmente destrozado.

Existen un sinfín de casos más, claro (véase Haití, Venezuela, Sri Lanka… y tantos otros), y podríamos argumentar mucho sobre por qué los medios de comunicación prestan tan poca atención a estos horrores. Pero lo que sí podemos y debemos intentar es reaccionar en positivo: ¿qué hacemos al respecto? ¿Cómo colaboramos para paliar eso, aunque sea con una acción minúscula? ¿Salimos de nuestra zona de confort? Tengamos la edad que tengamos, y ya sea mediante la oración, mediante donativos o mediante pequeños actos de caridad, es nuestro deber socorrer a tantos y tantos hermanos lastimados, olvidados, abandonados.