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Descubrir la paz del Corazón

El evangelista Mateo narra que en aquel amanecer de Pascua «hubo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella» (cfr. v. 2). Aquella gran piedra, que hubiera debido ser el sello de la victoria del mal y de la muerte, fue puesta bajo los pies, se convirtió en escabel del ángel del Señor. (...) La imagen del ángel sentado sobre la piedra del sepulcro es la manifestación concreta, la manifestación visual, de la victoria de Dios sobre el mal, la manifestación de la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, la manifestación de la victoria de la luz sobre las tinieblas. La tumba de Jesús no fue abierta por un fenómeno físico, sino por la intervención del Señor. El aspecto del ángel, añade Mateo, «era como el de un relámpago, y sus vestiduras eran blancas como la nieve» (v. 3). Estos detalles son símbolos que afirman la intervención de Dios mismo, portador de una era nueva, de los últimos tiempos de la historia; porque con la resurrección de Jesús comienza el último tiempo de la historia, que podrá durar miles de años, pero es el último tiempo.

Doble reacción

A esta intervención de Dios, sucede una doble reacción. La de los guardias, que no consiguen

afrontar la fuerza arrolladora de Dios y están trastornados por un terremoto interior: quedaron como muertos (cfr. v. 4). La potencia de la Resurrección abate a quienes habían sido utilizados para garantizar la aparente victoria de la muerte. ¿Qué tenían que hacer estos guardias? Ir a quienes les habían dado la orden de custodiar [la tumba de Jesús] y decir la verdad. Se encontraban ante una opción: o decir la verdad, o dejarse convencer por quienes les habían dado el mandato de custodiar. Y el único modo de convencerlos era el dinero. Esta pobre gente, ¡pobres!, vendió la verdad. Y con el dinero en el bolsillo, fueron a decir: “Han venido los discípulos y han robado el cuerpo”. (...) La reacción de las mujeres es muy distinta, porque son invitadas expresamente por el ángel del Señor a no temer: «¡No teman!» (v. 5), y a no buscar a Jesús en la tumba. Y al final no temen.

De las palabras del ángel podemos recoger una valiosa enseñanza: no nos cansemos nunca de buscar a Cristo resucitado, que dona la vida en abundancia a cuantos lo encuentran. Encontrar a Cristo significa descubrir la paz del corazón. Las mismas mujeres del Evangelio, después de la turbación inicial, se comprende, experimentan una gran alegría al reencontrar vivo al Maestro (cfr. vv. 8-9). En este tiempo pascual, deseo a todos que hagan la misma experiencia espiritual, acogiendo en el corazón, en las casas y en las familias el alegre anuncio de la Pascua: «Cristo resucitado no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él» (Antífona de la Comunión). El anuncio de la Pascua es este: Cristo está vivo, Cristo

acompaña mi vida, Cristo está junto a mí; Cristo llama a la puerta de mi corazón para que lo deje entrar, Cristo está vivo. En estos días pascuales, nos hará bien repetir esto: el Señor vive.

Esta certeza nos induce a rezar, hoy y durante todo el periodo pascual: “Regina Caeli, laetare”, es decir, “Reina del Cielo, alégrate”. El ángel Gabriel la saludó así la primera vez: «¡Alégrate, llena de gracia!» (Lc 1,28). Ahora la alegría de María es plena: Jesús vive, el Amor ha vencido. ¡Que esta pueda ser también nuestra alegría! _

(Biblioteca del Palacio Apostólico

Lunes del Ángel, 5 de abril de 2021)