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Culpabilizar a algunos

La tasa de paro no frena, las deudas financieras crecen, las protestas surgen en diversas ciudades. Y lo que es peor: el futuro se presenta cada vez más crudo, porque no parece que el país haya tocado fondo.

En medio de este maremágnum de desgracias sociales y económicas, basta leer los comentarios de cualquier periódico digital o escuchar las declaraciones de los ciudadanos en los telediarios, para comprobar la existencia de un denominador común: “todo es culpa de los políticos y de los banqueros. Ellos, ladrones, han llevado nuestra nación a la miseria sin que les tiemble la mano”.

Al principio, lo confieso, tanta denuncia me parecía exagerada. Luego se ha ido demostrando que, efectivamente, la corrupción inunda muchísimas instituciones políticas y se ha adueñado de personas, que ostentan un poder decisivo para la revitalización de España.

Tampoco es algo nuevo, la verdad. Desde la manzanita de Adán y Eva siempre hemos sufrido tentaciones, algunos sucumbiendo a ellas con demasiada frecuencia. Pero es que cuando coincide que, justo esos que hacen el mal y buscan su interés, son, además, los que gozan de más autoridad en el país, las consecuencias pueden afectar a toda una sociedad.

Arrimar el hombro

Estas líneas, ahora bien, no pretenden recordar simplemente lo que la mayoría ya sabe, ni quedarse con las tan manidas acusaciones. Quiero dar un paso más allá: advertir que todos tenemos una responsabilidad. Todos. Legal y moral, para ser precisos. Y si algún político, empresario, banquero, funcionario o cualquier otro profesional logra esconder sus artimañas o engaños ante la ley, que tenga por seguro que siempre le quedará responder ante Dios.

Dicho esto, sigo convencido de que a todos nos toca arrimar el hombro, estemos donde estemos y tengamos 20 ó 60 años. El barco dañado avanza y llega al puerto cuando hasta el último tripulante ayuda a achicar el agua de la embarcación y rema junto al resto de los navegantes.

Con la parábola de los talentos, Jesús nos dio a entender que todos tendrán una última entrevista con el Señor. Una entrevista inevitable y sin mentiras. Cada uno a su manera, por supuesto, en función de los dones que haya recibido, pero todos deberán llegar con la mano… algo ganado honestamente, trabajando por amor.

Que el demonio nos tienta con astucia no es nada nuevo. Pues bien, repito, por muy cierto que sea que los que nos gobiernen velen más por su interés que por el nuestro, en nuestra mano está cambiar las cosas. En lugar de limitarnos a la queja o a la búsqueda de culpables, procuremos mostrar una actitud optimista y asegurémonos de aportar nuestro granito de arena. A los otros ya les llegará su recompensa o su castigo.