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Concepciones sociales cristianas del Medievo

Escritor

La sociedad se concebía habitualmente en la Edad Media como un organismo vivo, como un cuerpo, en relación con el concepto eclesiológico paulino del Cuerpo Místico de Cristo (de ahí la idea orgánica o corporativa que informaría las cofradías, los gremios, los municipios, las universidades…), y también se distinguía en ella un orden tripartito, como imagen de la Santísima Trinidad y de acuerdo con la complementariedad entre los tres grupos, órdenes o estamentos. La visión más típica es la división en monjes y clérigos (oratores), guerreros (bellatores) y trabajadores (laboratores), expuesta por el monje y obispo Adalberón de Laón (†1030/1031); según esta imagen, hay una relación armoniosa y complementaria, pues los primeros interceden ante Dios por los otros dos órdenes, a la vez que los segundos protegen a los otros dos, y los terceros sustentan a los otros dos. Pero no era la única visión, sobre todo desde el siglo XII, aunque generalmente se mantuvo el reparto en un orden tripartito.

Además de las visiones corporativo-orgánicas y tripartitas, la concepción social del período medieval recogió desde bien pronto, en especial a partir de los ideólogos del Imperio carolingio (tales como el monje Alcuino de York), las ideas de orden, paz y justicia, expuestas clara y detalladamente por San Agustín en varios de sus escritos, entre ellos la Ciudad de Dios (es lo que se ha denominado el “agustinismo político”).

De acuerdo con todos estos principios y con otros que vimos antes, San Bernardo indicaba al conde Enrique de Champaña que Dios le había conferido el poder temporal “para que, siguiendo su voluntad y por su amor, protejas a los buenos, reprimas a los malos, defiendas a los pobres y hagas justicia a los oprimidos”. Para el abad cisterciense, heredando una visión de la Patrística, el lujo y el lucro, sobre todo entre los eclesiásticos, suponían un robo hacia los necesitados, hacia quienes la Iglesia y el poder civil deben volcarse. Destaca que la propiedad tiene un fin social y la riqueza es un don de Dios que se acaba con la muerte y de cuyo uso dependerán la recompensa o la condenación eternas. Según San Bernardo, la actitud caritativa nace a la vez de la justicia y de la compasión al mirar sobre los pobres y los oprimidos, y si se practica la caridad se derramará sobre el Cuerpo Místico de Cristo; el amor al prójimo es inseparable del amor de Dios y la caridad es la mensajera de la justicia. Por eso, pone como ejemplo al conde Teobaldo de Champaña en su amor a la verdad, su misericordia al juzgar, su apertura de los graneros para el pueblo ante el hambre, etc., y a la reina Melisenda de Jerusalén, que atiende a los pobres, peregrinos y prisioneros.

El ideal de la pobreza

En el período medieval se desarrolló con gran fuerza la idea de que el “pobre” cumple una función en la sociedad y que, si debe asumir con resignación su situación, al mismo tiempo los afortunados tienen la obligación de auxiliarle en sus necesidades, pues en él encontrarán a Jesucristo y podrán así reunir méritos de cara a la vida eterna. No obstante, también se tratará de distinguir entre los “verdaderos” y los “falsos pobres”, entre aquellos que realmente padecen una situación digna de misericordia y los que viven de la picaresca y como vagabundos que evitan el trabajo. Y por último, hay que considerar la importancia del concepto de la pobreza abrazada voluntariamente por amor a Cristo, que San Francisco de Asís supo encauzar rectamente, frente a lo que habían hecho algunas desviaciones heterodoxas de su tiempo y a lo que harían en años posteriores incluso algunos de sus propios frailes (los “espirituales” o fraticelos).

San Francisco de Asís (1182-1226), al plasmar en su vida el amor y la total adhesión a la pobreza voluntaria a imitación de Jesucristo, encauzando en la ortodoxia los deseos que apuntaban en esa dirección, impulsó entre sus frailes y en todo el ambiente europeo un acrecentamiento de la conciencia social y del deber de asistir a los pobres y a todos los necesitados.