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Con Cristo y por Cristo

Siguiendo con lo que decíamos en el artículo anterior, Pío XII señala la manera en que María es Reina por la gracia y el amor de Dios: “Ciertamente, en sentido pleno, propio y absoluto, solamente Jesucristo, Dios y Hombre, es Rey; con todo, también María, sea como Madre de Cristo Dios, sea como asociada a la obra del divino Redentor […], participa Ella también de la dignidad real, aunque en modo limitado y analógico. Precisamente de esta unión con Cristo Rey deriva en Ella tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta unión con Cristo nace aquel poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del Reino del divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre” (Carta Enc. Ad Coeli Reginam, 11-X-1954). Por lo tanto, que de acuerdo con lo que había dicho su predecesor Sixto IV, Pío XII tiene en consideración que el oficio de Reina va unido al de intercesora ante el Rey celestial.

Títulos de la Realeza mariana

La de María es ante todo una Realeza de excelencia, pues goza de suprema dignidad y primacía entre todas las criaturas. Es Reina porque nació de raza real, por ser Madre de Dios, Madre de Cristo Rey y Compañera asociada a Cristo Rey como la “nueva Eva” del “nuevo Adán”. En efecto, asociada a la obra redentora de su divino Hijo, “se podrá legítimamente concluir que como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser Redentor nuestro, así, con una cierta analogía, se puede igualmente afirmar que la Bienaventurada Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también porque, como nueva Eva, fue asociada al nuevo Adán” (Pío XII, Carta Encíclica Ad Coeli Reginam, 11-X-1954).

Esta doble condición de Madre y Socia, que a su vez le confería la de Reina, fue ya una realidad desde el mismo momento de la Encarnación, tanto por el mensaje divino que el Ángel le portaba como por el obediente fiat con que Ella respondió. Por eso escribió San Juan Damasceno: “Verdaderamente fue Señora de toda criatura cuando fue Madre del Creador”; y de igual modo se puede afirmar que el primero que anunció a María con palabras celestiales la regia prerrogativa fue el mismo arcángel San Gabriel.

  Su participación estrecha como Corredentora en la obra salvífica de Cristo le valió además ganar su dignidad regia por conquista. Eso mismo la hace también merecedora del título de “Reina de los Mártires”, en virtud de sus padecimientos, y debe ser tenida por Reina como Madre de la divina gracia y Medianera de las gracias. En fin, como se ha podido venir viendo también, la coronación como Reina tuvo lugar al ser asunta al Cielo en cuerpo y alma, como culminación de su glorificación.

Enseñanza de la fe

Pío XII, al inicio de la encíclica Ad Coeli Reginam, quiere advertir con claridad que la Realeza universal de María no una verdad nueva o un título nuevo, sino una verdad de fe que ha existido siempre en la Historia de la Iglesia, la cual la ha reconocido y afirmado: “Desde los primeros siglos de la Iglesia Católica, el pueblo cristiano ha venido elevando fervientes oraciones e himnos de alabanza y devoción a la Reina del Cielo, ya en circunstancias de alegría, ya, sobre todo, en tiempos de graves angustias y peligros; y nunca fallaron las esperanzas puestas en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció jamás la fe, por la que aprendimos cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina con Corazón materno en toda la Tierra y cómo es coronada de gloria en la celestial bienaventuranza”. “No queremos con esto proponer a la fe del pueblo cristiano ninguna nueva verdad, ya que el título mismo y los argumentos en que se apoya la dignidad regia de María han sido en realidad magníficamente expuestos en todas las épocas y se encuentran en los documentos antiguos de la Iglesia y en los libros de la sagrada Liturgia. Nos place, sí, recogerlos todos en la presente encíclica para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer más ferviente su devoción en las almas, no sin provecho espiritual de las mismas”.