En el mundo de la educación es conocido el experimento que Rosenthal –profesor de la Universidad de Harvard– hizo con los profesores de su departamento. Les dijo: «Los resultados de las pruebas realizadas a este grupo de alumnos que van a tener este año, no dejan lugar a dudas. Estoy en condición de asegurarles que van a contar con un grupo que tiene unas capacidades intelectuales extraordinarias ».
Los profesores tomaron buena nota y regresaron a su trabajo habitual. Al finalizar el curso, los resultados académicos de ese grupo, efectivamente, fueron espectaculares: su rendimiento había sido superior al rendimiento del resto de grupos de la promoción. A la anécdota le falta un detalle que no es pequeño: ¡Rosenthal había elegido ese grupo de alumnos al azar! No estaba compuesto por los resultados conseguidos en test alguno y, sin embargo, obtuvieron un resultado brillante.
¿Qué fue lo que mejoró el rendimiento de esos alumnos? Las expectativas favorables que generó en los profesores ese comentario. Dichas expectativas propiciaron un ambiente favorable que impulsó la creación de una sintonía perfecta entre alumnos y profesores.
Deducción que podemos sacar: la atención positiva que recibe un grupo o una persona, posibilita que se genere un gran interés, unas buenas disposiciones y una motivación muy alta.
Si una padre, una madre, tiene claro que el interés, la confianza y las buenas disposiciones facilitan la tarea (el hacer-se) de los hijos ¿por qué no tener como objetivo prioritario crear ese ambiente positivo en el hogar?
Es algo parecido a lo que conocemos como efecto Pigmalión que parte del siguiente presupuesto: “Si tratas a las personas como son, seguirán siendo como siempre han sido”. Y propone: “Trátalas, no como son, sino como quieres que sean y las motivarás para que cambien y mejoren su personalidad”.
El hacer-se de los hijos, es tarea que dura toda la vida. Y como es necesario acompañarles (no sustituirles) durante las primeras etapas de crecimiento, donde las orientaciones y propuestas de los padres deben concretarse en metas asequibles y motivadoras para los hijos, es capital crear un ambiente favorable que favorezca esa mejora personal.
Dichas metas, si no están desenfocadas, facilitan el proceso de mejora. Por eso el ambiente que reina en el hogar debe estar impregnado de afecto, confianza y muestras de seguridad para conseguir los objetivos propuestos.
Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿Cómo es el ambiente que predomina en mi casa? ¿El trato –en la convivencia diaria– está regido por el respeto? ¿…?
Es importante cuidar también:
– El tono de voz que se utiliza en las conversaciones para transmitir las indicaciones que hayan de hacerse.
Las formas que se emplean a la hora de sugerir. Reflexionar sobre si son motivadoras o caen como un plomo.
– Y los momentos que se eligen a la hora de corregir a los hijos. No perder de vista -una vez se haya hecho la corrección- que la mejora necesita un tiempo.
Para terminar traigo a colación lo que comentaba en una sesión de orientación familiar: como la convivencia requiere un aprendizaje práctico que se concreta en aprender a mirar para descubrir los puntos en los que hay que mejorar, es importante caer en la cuenta que la atención que recibe una hija, un hijo, durante la infancia marcará la percepción global que tendrá sobre si ha sido atendida, ignorada o agraviada.