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Atender, cuidar, servir

Y qué es el servicio? Ser capaces de ponernos en los zapatos del prójimo, salir de nuestro ego, nuestros placeres e intereses, para ir al encuentro del otro, sea amigo o enemigo, lejano o cercano, apetecible o no apetecible.

En el Antiguo Testamento hay un pasaje sumamente interesante, y a veces ignorado, que se refiere a la manera en la que Eliseo decidió seguir al profeta Elías. Copio literalmente: “Partió Elías de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo: “Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre y te seguiré”. Le respondió: “Anda y vuélvete, pues, ¿qué te he hecho?”. Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio” (Re 19, 17-21). Eliseo se puso al servicio de Elías, o sea, de Dios, y a partir de ahí comenzó su misión profética de una forma encomiable.

Algo así podríamos hacer hoy, y en estas fechas, con Dios y a nuestra manera. No es requisito abandonar el hogar familiar, claro está, pero sí mostrar esa predisposición. Cristo nos sigue pidiendo, día tras día, que lo pongamos a él en el centro de nuestras vidas, sin importar nuestra condición social, nuestras circunstancias personales o nuestros errores y defectos.

La ventaja del servicio y de la caridad es que nunca caen en saco roto, porque siempre traen alegría. No es el propósito principal, por supuesto, porque el acto caritativo no persigue el beneficio propio como tal, pero sí es una consecuencia clara y constante, difícil de explicar para quien no lo ha probado. Dedicar tiempo, esfuerzo y recursos a los demás es por eso, si queremos llamarlo así, una inversión, porque evitamos salir perdiendo.

Pensaba también que parte del respeto y de la solidaridad que merecen las personas que nos rodean es nuestra sinceridad y lealtad. Cuando nos comprometemos con nuestros padres a hacer algo, con nuestros compañeros de trabajo a cumplir con una determinada tarea, con nuestra pareja a realizar un encargo específico, con un grupo de amigos a llegar puntuales, con un familiar a cuidarlo en la enfermedad… en todas esas circunstancias se nos brinda la oportunidad de demostrar que apreciamos la dignidad de dichas personas. Que las reconocemos e incluso que las admiramos. “Sea vuestro sí, sí; y vuestro no, no” (Mt 5, 37), nos exigió Cristo con una frase categórica e inolvidable.