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Apenas se bautizó Jesús, salió del agua y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. 
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: 
- Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? 
Jesús le contestó: 
- Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. 
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: 

-Esté es mi Hijo, el amado mi predilecto

Comentario del Papa Francisco

El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamente el término “cordero” se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez se carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una criatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí mismo. El cordero no muestra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Jesús, commo un cordero.