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Adolescentes (II)

Escritor

Una de las ideas en las que llevo tiempo cavilando tiene que ver con el miedo. Existen en nuestro planeta más de 8000 enfermedades reconocidas por la ONU, y si hay algo seguro es que, como dijo San Pablo, sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él. La muerte y el sufrimiento nos acompañan, lo queramos ver o no.

Con esto no estoy diciendo que ahora debemos deprimirnos, ni mucho menos, porque en nuestro día a día también existen alegrías, por supuesto. Sólo quiero hacer ver que muchos de nosotros tendemos a ignorar esto. ¿Por qué? Tal vez por miedo. Miedo a salir de la zona de confort, miedo a ir contracorriente, miedo a hacer lo que sabemos que está bien cuando todos los demás nos empujan en la dirección contraria.

En otras palabras, la tendencia actual es que nos creamos inmortales: operaciones estéticas, bótox, fotos en donde se nos vea intocables, selfies retocados o en los que aparezcamos envidiosamente felices… en una sociedad marcada por las redes sociales y la imagen, tenemos miedo al sufrimiento y al dolor, sin darnos cuenta de que éstos, siempre, antes o después, acaban apareciendo, porque son intrínsecos a la existencia humana.

Y hablando de miedo, es preciso erradicar también el miedo al fracaso. Lo malo no es caer; lo malo es no levantarse. ¿Cuántos líderes y emprendedores nos han contado sus peripecias hasta llegar a lo que son ahora mismo? Bill Gates -el famoso fundador de Microsoft-, Jack Ma -actualmente el hombre más rico de China, dueño de Alibaba, el Amazon asiático-, el cineasta Walt Disney o Thomas Edison -uno de los mayores inventores de la historia-, por mencionar sólo unos pocos, son personajes históricos que cosecharon éxitos indudables después de un sinfín de fracasos. No pasa nada por equivocarnos, por fallar, por decepcionar… siempre y cuando tengamos la valentía y la determinación de coger aliento, asumir la culpa, enfrentarla y salir adelante, con un empuje renovado, conscientes de que Dios y nuestro ángel de la guarda nunca nos soltarán de la mano.

No perdamos de vista, en fin, que vida y sufrimiento son dos realidades prácticamente inseparables, aunque, insisto, la corriente actual nos invite a pensar lo contrario. ¿Cuál es el signo fundamental del cristiano? La cruz, que simboliza una de las maneras más salvajes y dolorosas en que una persona puede torturar a otra, y que precisamente Dios Hijo aceptó para sí mismo, sin tener ninguna culpa y frente a su madre, a fin de redimirnos del pecado. Del dolor, la traición y la tristeza sacó fuerzas, perdón y amor.

Hagamos que nuestro camino terrenal cuente. Que al llegar a nuestro último día podamos decir: valió la pena vivir, estoy orgulloso de mis acciones, fui una persona responsable, hice feliz a muchas personas.