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Actuar

O sea, resolver esta dificultad, aquella “pega”; facilitar las cosas colaborando para que el mundo sea más humano; para que se abran las puertas del futuro… Todo esto es esperanza.

Pero, claro, este esfuerzo de cada día por mejorar nuestra vida o la del prójimo causa o, lo que es peor, se convierte en fanatismo. ¿Cómo lo evito? Pues con la luz de la esperanza más grande, que no se destruye por la frustración o el fracaso de lo pequeño o de lo grande.

Con otras palabras: si yo espero más de lo que es posible; si yo (y qué actual es esto) espero sólo de lo que me prometen las autoridades políticas o económicas, estoy abocado a “perder la esperanza”, ¿o no?

Pues entonces también todavía puedo esperar, aunque en apariencia no sea así por el momento histórico que vivo.

Y es que a pesar de las frustaciones personales e históricas, yo sé que todo el conjunto está custodiado por el poder indestructible del Amor, o sea de Dios.

Y además sé otra cosa, muy importante, ya lo creo: todo tiene sentido, todo tiene importancia, así que ¡ánimo y a seguir trabajando!

Todo tiene un fundamento: saber que yo no puedo merecer el cielo por mi esfuerzo. Saber que yo no merezco, sino que es un don. Pero esto no quiere decir que mi obrar sea indiferente a Dios.

No somos indiferentes para Dios

Al contrario: nada mío es indiferente para Dios. Todo sirve para abrir el mundo a Dios a fin de que entren la verdad, el amor, el bien…

Tú y yo podemos luchar para librar al mundo y nuestras vidas, de contaminaciones que pueden destruir el presente y el futuro. Tú y yo podemos mantener limpias las fuentes de la creación y así hacer lo que es justo. Y esto tiene sentido, aunque parezca que somos impotentes ante la superioridad de las fuerzas hostiles.

Así, de mi obrar brota esperanza para los demás, no sólo para mí. Así damos ánimo a los otros. Así mi actuar sirve de estímulo para alentar, en mi propia vida y en la de los otros, la alegre esperanza sobrenatural.