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Abraham, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: 
- Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre. 
Los judíos le dijeron: 
- Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: «Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre»? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes? 
Jesús contestó: 
- Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: «Es nuestro Dios», aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: «No lo conozco» sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría. 
Los judíos le dijeron: 
- No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán? 
Jesús les dijo: 
- Os aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo. 
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Comentario del Papa Francisco

Los doctores de la ley no entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. ¡No entendían! No sabían ser felices, porque habían perdido el sentido de la felicidad, que solamente viene de la fe. Esta es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios. Y su corazón estaba petrificado. Es triste ser creyente sin alegría y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solamente las prescripciones, la doctrina fría. La alegría de la fe, la alegría del Evangelio es el criterio de la fe de una persona. Sin alegría esta persona no es un verdadero creyente. Pidamos al Señor la gracia de ser exultantes en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús cuando nos encontremos con Él, y la gracia de la alegría.