En el año 1221, del 30 de Mayo al 8 de Junio, Fray Antonio asiste al Capítulo General de los Franciscanos, que se celebró en la ciudad de Asís, con asistencia de Fray Francisco, el fundador, y donde se iba a elegir un nuevo Ministro General para la Orden Franciscana. Este Capítulo General se ha conocido como el de las esteras.

Cuando uno piensa en lo que fue la vida de San Antonio de Padua (de Lisboa, para Portugal y los países de influencia portuguesa), que no podemos menos de recordar que falleció a los 36 años y sólo tuvo una vida activa de apostolado de 10 años, se queda pasmado de lo que se puede realizar, cuando la persona está entregada en manos de Dios y dispuesta a seguirle, lógicamente en el estado de vida que le corresponda a cada uno.

Ya en su juventud, cuando jugaba con sus amigos, no lejos de su casa, observó los peligros que las amistades y sus diversiones podían suponer para mantenerse en gracia de Dios; esta observación le llevó a alejarse de ellas y centrarse más en estar en casa dedicado a la lectura y juegos con sus hermanos.

Nuestro santo nació en Lisboa el 15 de Agosto de 1195, primogénito de la familia de Martim y María; a los pocos días fue bautizado en la Catedral de Lisboa, que quedaba cerca de la casa familiar. Parece ser que le llamaron Fernando y no Alfonso, como se llamaba su abuelo, ya que tenía un tío sacerdote, que estaba en la Catedral y se llamaba así; este tío fue quien le bautizó en la Catedral.

El conocimiento de la vida de los santos nos anima a seguir su ejemplo y con ello mantenernos fieles a Dios y practicar, con entusiasmo e interés, la religión.

Muchas veces nos quedamos con una idea, no del todo exacta, sobre los santos, pensando que desde su nacimiento han sido bendecidos por la gracia de Dios y, por ello, les ha resultado fácil “llegar a santos”.

Hemos tratado, a lo largo del año 2014, de mostrar a nuestros lectores la actualidad del modelo de vida que nos ofrece Fernando Martín de Bulhöes durante la niñez y juventud de nuestro santo patrono, después el monje, canónigo de San Agustín y, por último, el fraile menor Fray Antonio.

A lo largo de los muchos episodios de su vida en: Lisboa, Coimbra, Marruecos, Sicilia, Bolonia, Lombardía, sur de Francia, hemos visto como resaltaban las virtudes de este personaje, que supo enfrentarse, con valentía y gallardía, a las circunstancias que Dios iba presentándole en su vida.

Dice el Padre Luis Arnaldich, OFM, en el Año Cristiano[1], que San Antonio no ha perdido actualidad y su memoria es evocada constantemente por el pueblo cristiano, que ve en él al santo que resucita a los muertos, que cura las enfermedades, que está dotado del don de bilocación, que habla a los peces, que convierte a los herejes, que aligera el bolsillo de los ricos, en provecho de los pobres necesitados, que asegura y multiplica las provisiones, que allana los obstáculos, que dificultan el contraer matrimonio, que halla las cosas perdidas, que conversa amigablemente con el Niño Jesús.