Usted está aquí

Ya no está aquí… ¿por dónde empiezo?

Esa persona a quien tanto quiero -¿quise?- falleció, ya no está aquí… ¿por dónde empiezo? ¿Cómo se puede calmar el dolor del alma?

Me pregunto cómo dejar de sentir la pena. ¿Cómo recuperar las palabras cuando el dolor ha arrasado con ellas?

El dolor es tan hondo que no logro hablar, no consigo explicar lo que me pasa. La pérdida de un ser querido es una explosión dentro del alma. Rosa Montero lo expresa con estas palabras:

«El verdadero dolor es indecible. Cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos lo primero que te arranca es la palabra. Hablo de ese dolor que es como si hubieras sido sepultado por un alud. No puedes ni hablar, seguro de que nadie va a oírte. Es parecido a la locura. Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender siendo pequeñas creaturas atrapadas en el tiempo. La idea no te cabe en la cabeza. No es posible que no esté esa persona que ocupaba tanto espacio. El sufrimiento agudo es como un rapto de locura».

Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte

Un dolor tan hondo que me hunde en la desesperación.

Encajar la pérdida

No volver a ver a quien amo, parece ridículo. Es una ilusión. Ha de ser mentira. Me resulta imposible pensar que no va a suceder.

No puede ser verdad el motivo de la ausencia. No acepto lo que está pasando. Es demasiado despiadada la realidad.

Por eso es tan necesario hacer el duelo, vivir con lágrimas, sentir la pena en el corazón y expresarlo. Vivir el duelo es algo que necesito hacer en toda pérdida.

«El duelo es mío y no lo quiero compartir con nadie. Lo que esa persona significaba lo significaba para mí y para nadie más. Para ti significaba otra cosa, y aunque posiblemente fuera mucho más que para mí, no es lo mismo. No hay un más o un menos. Hay un mío y quiero mantenerlo así».

Anji Carmelo, Déjame llorar

Vivir el duelo es llorar, sufrir, dejar que me duela, que lo sienta. Ahora no me consuelan las palabras que intentan paliar la pena.

Siento que no está ahora mejor el que se ha ido que cuando sufría su enfermedad a mi lado. Que no es verdad que ahora pueda comunicarme mejor que antes con él, en todo momento.

No es verdad, nada reemplaza la cercanía física, ni las palabras audibles, ni los gestos visibles.

La ausencia nunca puede ser mejor que la presencia. No hay consuelo cuando ya no puedo tocar a quien amo o decirle al oído todo lo que me importa su vida, su amor.

El necesario duelo

Aceptar el duelo es necesario. No quiero pasar rápido de página. Me detengo ante esos renglones inconexos, confusos, vertiginosos, aciagos.

No evito mirar esa página que me llena de pena el alma. No huyo de ese dolor que ahoga mis palabras.

Sé que es necesario vivir en presente lo que duele. Aceptar, tocándolo con mis dedos, aquello que me turba el ánimo.

Reconocer la angustia. Y esa pena, que es un pesar doloroso y hondo. Una angustia como una masa viscosa que se adentra debajo de la piel.

Me quedo aceptando la vida en toda su oscuridad. El dolor de la pérdida.

Quiero escapar de lo que me hace sufrir, levar anclas, despejar vientos, avanzar a paso firme lejos de las rocas que no me dejan salir.

Quiero cubrir con una losa la negrura de la muerte. Pero no es tan sencillo iniciar ese camino. Es largo y pedregoso el duelo, la aceptación, la entrega del sufrimiento. Leía el otro día:

«Y el duelo? ¿Dónde queda el duelo, pensar en la pérdida, en lo que significa la pérdida? El duelo es una época para pensar en la pérdida, vivir para la pérdida. El cerebro es tan listo que a veces nos oculta informaciones básicas de nosotros mismos».

Albert Espinosa, El mundo amarillo

Acepto adentrarme y llorar. No quiero dejar atrás. No quiero vivir en la negación. Llevo conmigo lo que me duele. Echo de menos y miro con nostalgia. Nada me ayuda a llenar el vacío.

Asumir la realidad sin esa persona

Quiero enfrentarme a mi tristeza. Es lo más mío, lo más propio. No la niego, no la evito aunque me enrede con sus largas redes.

Asumo mi pobreza y me enfrento a la vida y a la muerte. A la vida ahora sin él. A la muerte del que amo. Sin miedo.

Le pongo nombre a lo que me pasa, a lo que siento. Reconozco el dolor que tengo que vivir.

No hay paz. Sufro. Me asusta la soledad en medio de mi lucha al no tener conmigo a quien tanto he amado.

Pretendo vencer las nostalgias y desasirme de los largos brazos del pasado que buscan detener mi avance.

Adelante… poco a poco

Sueño con alzar el vuelo y dejar que el peso de la angustia se deslice hasta el suelo liberándome, dejándome vivir.

Necesito recuperar las palabras para expresar lo que siento. Todo lleva su tiempo.

Mientras tanto no quiero seguir como si no hubiera pasado nada. Es duro lo vivido, es dolorosa la muerte.

Ha sucedido lo que tanto temía. Enfrento la realidad en toda su crudeza. No me da miedo vivir con la ausencia.

Y entonces miro hacia delante llevando en mis manos el pasado y el presente. No me detengo, sigo escribiendo la historia de mi vida. Toco los momentos más sagrados.

Doy valor a toda mi vida en su riqueza. Acepto todo lo que soy, todo lo que tengo. Doy gracias a Dios por todo lo que he amado, por todos a los que he amado.