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Vence el miedo con este poderoso antídoto

El amor siempre cura. No sólo cura el alma, también logra curar el cuerpo, aunque me cueste creerlo.

El corazón que se sabe amado tiene una fuerza interior que se sobrepone a todas las dolencias y enfermedades. Tiene más resiliencia y más capacidad de lucha. No pierde la esperanza.

No se detiene a revisar estadísticas. Porque la enfermedad del enfermo no es un caso más, no es un número entre muchos números.

Los porcentajes me pueden orientar, pero no me limitan. Yo decido cómo enfrentar una enfermedad.

El amor levanta

Y en esa lucha, en esa batalla diaria, es fundamental que me sepa amado.

Que comprenda que hay alguien junto a mí a quien le importa mi vida, mi futuro, los pasos que voy dando.

Por eso es tan importante el amor, sentirme valorado y aceptado en mi debilidad, en mi verdad.

Ese amor me levanta cuando estoy cansado y me permite creer cuando otros me aconsejan que ya no crea.

Es como ese amor de María junto a Jesús caminando al Calvario. Un abrazo que lo sostiene para recorrer cayendo los últimos pasos hasta la cima.

El amor me sana, me fortalece, me llena de luz y esperanza.

Siempre se puede volver a empezar

Por el contrario, cuando mi corazón no se siente amado, me vuelvo débil y me faltan las fuerzas.

Surge la desesperanza en mi corazón rodeado de tinieblas. Dejo de creer que mi vida esté fundada para siempre.

Es tan fácil no tener un lugar en el que descansar…

No es evidente pertenecer a una familia, saber que hay un corazón que me espera y me aguarda cada atardecer.

Tocar el calor de una amistad. Acariciar ese amor de madre que vela mis noches desde niño.

Abrazar ese amor de padre que me permite confiar en las fuerzas escondidas dentro de mi alma.

Ese amor de un hijo que me hace sentir padre por vez primera y comprender que la vida siempre puede volver a comenzar.

El amor vence al miedo

El amor es mucho más que un sentimiento, es una decisión. Quiero entrenarme en ese ejercicio del amor.

Porque tengo claro que el enemigo del amor es el miedo y el antídoto del miedo es el amor.

Cuando el temor se impone en mi corazón se bloquea mi capacidad de amar. El miedo me paraliza.

Pero al mismo tiempo cuando me sé amado en mi verdad, tal y como soy, cuando alguien me quiere sin querer cambiarme, dejo de tener miedo.

El miedo es limitante. Bloquea mi vida y no me deja crecer. El amor ensancha el corazón.

Vínculos sanos

Las personas que aman tienen una mirada más amplia, no viven retraídas en sus miedos y seguridades.

Se arriesgan más. Son más generosas. Están dispuestas a dar más. Porque han sido amadas y ese amor recibido las ha capacitado para decidirse a amar más.

Las heridas provocadas por el amor me cierran, me hacen protegerme construyendo muros. Porque no quiero sufrir más.

Pero es todo lo contrario. Cuanto más amo más sano me vuelvo. Cuanto más desprecio y compito con mi hermano, más me enfermo por dentro.

Un corazón grande es un corazón en el que caben muchas personas. Cuando me sé amado, esa experiencia me sostiene y fortalece.

Aprender a amar, a vincularme sanamente es una tarea para toda la vida. Decía el padre José Kentenich:

«Nos encontramos con toda una cantidad de enfermedades psíquicas porque no tenemos suficiente vinculación a personas y a lugares«.

Que perciban tu amor

El que no se sabe amado, el que no ama, enferma más fácilmente del corazón.

Conozco a personas enfermas del corazón que no lo saben. Simplemente creen que la culpa es de los demás, que no los valoran y enaltecen como ellos se merecen.

Se comparan y enferman al ver cómo otros reciben más amor que ellos. Se han puesto una coraza casi sin darse cuenta. Se vuelven agresivos y viven a la defensiva.

El amor sana los corazones. Pero para ello es necesario que la persona a la que amo lo sepa.

Si no lo percibe, si no se lo cree, mi amor no entrará en su alma.

Regalar lo recibido

Quiero aprender en esta Pascua el arte difícil de amar. Me decido a amar no sólo a los que me aman, sino también a aquellos que no me aman tanto. A los que no me buscan, a los que no me quieren.

Si mi amor puede sanar a otros no quiero llegar al cielo y decirle a Dios que no pude darlo.

No quiero pecar por omisión guardándome todo ese amor que he recibido en mi vida.

Quiero mirar mi historia agradecido por tantos que me han amado, por ese pozo de mi interior que se ha llenado de gestos de amor.

¿Cómo puedo no corresponder con amor cuando he recibido tanto?

Dejo de ser mendigo de amor para volverme donante. Ese es el camino que recorro de la muerte a la vida que me muestra la Pascua.

Amor sanador

Un amor tan grande como el de Jesús que se rompe en su costado abierto para llegar a todos. Ese milagro es el que quiero que suceda en mi vida.

El amor que recibo me sana y el amor que doy sana al que se sabe amado por mí.

Que lo sepan. Que sepan que los amo como son, no como a mí me gustaría que fueran.

Si tienen esa duda, algo estoy haciendo mal. Si creen que sólo los amo cuando hacen lo que yo deseo estoy fracasando.

Pero si tienen la confianza para mostrarse en su debilidad ante mí y no dudar de mi amor, ese amor sí que sana el alma y la levanta por encima de todos sus miedos.