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Una lectura de ‘Fratelli Tutti’ desde la Amazonía

No pretendo caer con ello en algo que ya aparecía en Querida Amazonía y que es recogido en la nueva encíclica, “un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje”. Al contrario, pretendo que ayude a descubrir aquello a lo que el Papa exhortaba a los pueblos originarios a cuidar “sus propias raíces y sus culturas ancestrales”.

De hecho, en los primeros números de Fratelli tutti, ya aparece la importancia de algo que es decisivo en la vida de los pueblos originarios amazónicos, la comunidad, al afirmar que “se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!”. Soñar, una actitud presente en estos pueblos y que es el hilo conductor de la Exhortación Postsinodal del Sínodo para la Amazonía.

Cuidar del mundo y entre nosotros

El Papa Francisco denuncia la colonización cultural, una realidad presente en la reflexión de Querida Amazonía, donde uno de los sueños es el cultural. Esta colonización se concreta en la tentativa de “imponer un modelo cultural único”, intentando socavar esa dimensión comunitaria. Los pueblos originarios han sido víctimas tradicionales de algo que denuncia la encíclica, “ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte”. De hecho, en algunos países se pretende que los indígenas se asimilen a la sociedad dominante, con lo que “se niega a otros el derecho a existir y a opinar”.

Algo en lo que se puede descubrir claramente lo que se vive en la Amazonía es cuando Fratelli tutti nos hace caer en la cuenta de la necesidad de “cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos”. Para ello, se nos llama a algo que uno ha ido descubriendo en muchas comunidades amazónicas, la necesidad de “constituirnos en un ‘nosotros’ que habita la casa común”, algo que se opone a los poderes económicos, que quieren dominar la Amazonía y convertirla en una despensa de recursos, porque “necesitan un rédito rápido”. Por eso, en una referencia en la que se pueden incluir los pueblos originarios, cada vez más comprometidos en este sentido, “frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares”, insiste la nueva encíclica.

La parábola del Buen Samaritano es uno de los textos evangélicos más presentes en la encíclica. En este contexto de pandemia, veo reflejado en los números que abordan esa cita bíblica, la presencia de una Iglesia samaritana en la Amazonía, pudiendo poner muchos ejemplos con los que respondería afirmativamente a las preguntas que el Papa Francisco nos hace: “¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. La Amazonía, la región del mundo con mayor porcentaje de víctimas de COVID-19, es un claro ejemplo de que “se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino”. Frente a eso, la Iglesia, en este tiempo de pandemia, se ha esforzado en ser samaritana.

 Amistad social y solidaridad

A nadie se le escapa que “en algunos países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su cultura”, algo que se puede aplicar a la Amazonía y sus pueblos originarios y comunidades tradicionales, víctimas de quienes “usan y engañan a la sociedad para esquilmarla”. Frente a estos, podemos decir que en esas comunidades amazónicas se hace realidad, uno mismo lo ha experimentado, “una generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron el sagrado deber de la hospitalidad”.

Son comunidades donde se cultiva la “amistad social”, una expresión muy presente en la encíclica, “que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos”. Puedo recordar muchas anécdotas, especialmente en las comunidades de la Región del Alto Río Negro, en la frontera entre Brasil, Colombia y Venezuela, donde experimenté que quien tiene poco, nunca deja que le falte a nadie. Son ellos, los últimos, quienes “practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar”, que hace visible que en estos lugares se consigue “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”.

Diálogo social

Como ya aparecía en Querida Amazonía, la nueva encíclica nos llama a preservar las culturas diversas, “para no empobrecer este mundo”. En estas culturas amazónicas se conjuga el verbo dialogar, una actitud cada vez más asumida por la Iglesia Católica en la región, algo que se ha consolidado con el Sínodo para la Amazonía, que lleva a “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto”. Puedo decir que fueron muchos los aprendizajes que adquirí en mis visitas pastorales a lo largo de los ríos de la Amazonía, donde el diálogo era algo que nunca faltaba.

En ese sentido, la encíclica usa el término “auténtico diálogo social”, diciendo que “supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos”. Citando Querida Amazonía, el Papa Francisco nos dice que “en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos”.

Reconocimiento recíproco

La encíclica nos llama a entender que “los pueblos originarios no están en contra del progreso, si bien tienen una idea de progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la cultura moderna de los desarrollados. No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen poder, de los que necesitan crear una especie de paraíso eterno en la tierra”. El texto denuncia que “la intolerancia y el desprecio ante las culturas populares indígenas es una verdadera forma de violencia”, llamando a “respetar la diversidad ofreciéndole caminos de promoción y de integración social”. Junto con eso, Fratelli tutti, señala las ofensas a los últimos de la sociedad, entre los que se pueden incluir a los pueblos originarios, “con generalizaciones injustas”.

Dirigiéndose a los creyentes, el Papa Francisco cita su última exhortación postsinodal, diciendo que “los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata de que todos seamos más light o de que escondamos las convicciones propias que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan distinto. […] Porque mientras más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su aporte específico”.

Por eso, es tiempo de destacar una actitud cada vez más presente en la Iglesia de la Amazonía, que se ha posicionado como una de las grandes aliadas de los pueblos indígenas, “asumimos la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”. Es tiempo de “que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno”, de estar juntos con quienes están convencidos de aquello que rezamos al final de la encíclica, “Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal”.

Misionero Luis Miguel Modino.
Red Eclesial Panamazónica (REPAM).