Usted está aquí

Rogad a Dios en caridad por don Luis Fernando de Zayas y Arancibia, durante muchos años director de «El Pan de los Pobres», fallecido el 2 de octubre

El pasado 2 de octubre, habiendo recibido los santos sacramentos de la Iglesia, Don Luis Fernando de Zayas y Arancibia —el alma de EL PAN DE LOS POBRES durante tantos años— rendía sereno su espíritu a Dios, su Creador.

Tuvo el mérito de saber retirarse a un segundo plano hace escasos tres años, para dedicar más tiempo a hijos y nietos en Madrid. Cedía el testigo tras 15 años de incansable y desinteresada entrega.

Fue él quien acuñó el cariñoso título de la sección “Nuestros Amigos, los Difuntos”, tendiendo un puente de afecto permanente con los que ya partieron. Conservándolos a nuestro lado, con naturalidad, haciéndolos presentes en nuestra vida diaria.

Bajo su orientación, la revista estructuró sus secciones, aportándole actualidad. Dejó de ser bimensual y salieron algunos números en color. Aumentó el número de páginas y las centrales siempre a color.

A pesar de las muchas dificultades económicas, mantuvo todos los puestos de trabajo, reorientando y promocionando su actividad laboral. Modernizó los sistemas informáticos y luchó con ahínco para ampliar el alcance de la revista y aumentar el número de suscriptores. Se preocupó de mantener el contacto con los suscriptores, a través de iniciativas como el otorgamiento de la tarjeta de miembro, o en ocasiones un diploma. Creó el calendario anual de EL PAN DE LOS POBRES, haciéndolo destacar entre los dedicados a San Antonio.

Se ocupó de que las limosnas fueran correctamente distribuidas y no hizo oídos sordos a los numerosos pedidos de ayuda que se recibieron y de los que se ha dado cuenta de algunos con detalle en la sección "La buena acción".

Impulsó las peregrinaciones a Padua para depositar personalmente las peticiones de los suscriptores a los pies de San Antonio. También le vimos en Lisboa, y Fátima, al frente de los peregrinos. Y en 2016 alcanzó un sueño difícil de imaginar: traer las reliquias de San Antonio a España. Fueron quince días apoteósicos recorriendo varias regiones entre Bilbao y Madrid.

Transformó lo que era simplemente una revista en una Obra y dejó una huella que no se puede borrar, como dice la canción.

*      *      *

Me permito evocar mis últimos recuerdos personales. Durante estos últimos tres años, nos reuníamos los miércoles, en Madrid, a tomar el aperitivo en el Paseo del Prado, y conversar de todo un poco. A la amena tertulia, creada por él, asistían otros colaboradores de la revista. Hace escasos quince días habíamos quedado en oír misa juntos y después tomar nuestro acostumbrado vermouth. Pero me llamó poco antes para decirme que mejor fuera directamente a su casa. Le llevarían la comunión por la tarde. Sabía lo que tenía, nada bueno. Recibía tratamiento desde hace un par de meses y aunque sus fuerzas mermaban día a día, mantenía un ánimo encomiable. Nunca le vi quejarse. En la quietud de su salón, sentado en el sofá, tan digno como siempre, con una chaqueta de punto azul marino y corbata, me recibió afablemente. Conversamos por espacio de una hora… fue mi despedida.

Algo se muere en mi alma… Se nos ha ido un buen amigo y un verdadero caballero. Pero, ¡qué digo!, lo tenemos ahí cerca, junto a nuestros amigos los difuntos, por los que rezamos todos los días.

Felipe Barandiarán Porta