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Pasos necesarios para la conversión

Primer paso: el arrepentimiento

A través de la historia de los santos, vemos que todos ellos daban testimonio de ser y haber sido pecadores, de sentir debilidad, de tener pobreza de sentimientos en sus corazones, pero, también de que se esforzaban en caminar hacia la perfección con el arrepentimiento y tratando de convertirse a Cristo.

Jesús dijo «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!» (Mt 4,17).- El arrepentirse requiere transformación y exige un cambio de actitud, además es una experiencia necesaria para llegar a conocer a Cristo; en otras palabras quien no se arrepiente, por mucho que intente conocerle, no lo podrá conocer ni podrá ir al Reino de los Cielos.

El no arrepentirse, es vivir esclavizado en la mentira, y ser esclavo es carecer de libertad. Dios nos quiere libres y para ser libre, debemos ser consecuente con la Palabra de Jesucristo, quien nos dijo «Vosotros seréis verdaderos discípulos míos si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad los hará libres». (Jn 8, 31-32)

Confesar nuestras faltas, es buscar la amistad de Cristo Jesús, y es querer limpiarnos de nuestras impurezas, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.”, (1 Juan 1,9)

Segundo paso: aprender a transfigurarse en Cristo

Mucho hablamos de imitar a Cristo, de transformarse en Cristo o transfigurarse con Cristo. En efecto nuestro camino a la conversión y a nuestra santificación consiste en conocer a Cristo, y luego tener una nueva forma de vida, como la de Cristo. Al leer los Evangelios, las Epístolas de San Pablo o la vida de los santos, encontramos que éste es el ideal que está presente, y no es otro que vivir en Cristo; transformarse en Cristo. San Pablo, un enamorado de Cristo escribe: «Nada juzgué digno sino de conocer a Cristo y a éste crucificado» (1Cor 2,2)… «Vivo yo, ya no yo, sino Cristo vive en mí» (Gál 2,20).

La tarea de todos los santos es realizar en la medida de sus fuerzas, según la donación de la gracia, diferente en cada uno, el ideal de san Pablo, vivir la vida de Cristo. Imitar a Cristo, meditar en su vida, conocer sus ejemplos.

Tercer paso: aprender de los santos

La Iglesia Católica tiene canonizado más de 5000 santos, solo con nombres que comienzan con la letra A, hay unos 800, pero cuando queremos hablar de ejemplos de conversión, solo nos fijamos en algunos y son casi los mismos de siempre, es así como quiero exponer tres casos distintos, pero todos llenos de admiración.

SAN AGUSTIN, «toma y lee, toma y lee»

Es un modelo de conversión, basta leer su libro confesiones, para darse cuenta de que su vida antes de la conversión no es muy distinta a las formas de vida de muchos de nuestro tiempo.

“Y eres tú mismo quien estimula al ser humano a que halle satisfacción alabándote, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». (Conf. I, I, I )

Como muchos santos, la conversión se produce en momentos de crisis personal, es así como a San Agustín, estando en el jardín de su residencia de Milán, escuchó una voz procedente de una casa vecina, cantando como si fuera un niño o niña, repitiendo una y otra vez: «Toma y lee, toma y lee». Él interpretó aquellas palabras como si fueran un mandato divino, abrió la Biblia y leyó el primer pasaje que se ofreció a sus ojos: «Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias». (Rom. 13, 13-14).

Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a comer con él; en cambio, rehusaba comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas y las censuras eclesiásticas. Aunque, jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de personas.

SAN FRANCISCO DE ASIS, convertirse a Cristo.

Francisco de Asís «se convirtió a Cristo». La Biografía de San Francisco, nos deja una enseñanza sobre la conversión como un regalo de Dios, El joven Francisco estaba «ansioso de gloria», y Dios se sirvió de esa inclinación natural suya para atraerlo y hacerlo pasar de la sed de vanagloria a la ambición de la verdadera gloria (TC 5). Entonces se abre para él el camino de la «conversión», que lo llevará a descubrir «la verdadera vida religiosa que abrazó» más tarde (TC 7). Es así, como Francisco pasa por un progresivo cambio total (TC 8-13).

Francisco se convirtió a una Persona, y no a una idea o a un sistema literal, y decididamente; Francisco «se vuelve hacia» la Persona de Cristo cuando éste se le manifiesta en la capilla de San Damián: desde ese momento, Cristo se convierte realmente para él en «el camino, la verdad y la vida» (Adm 1,1; 1 R 22,40). Y esta orientación va a determinar toda su andadura espiritual, tal como él mismo la evoca al comienzo de su Testamento.

San Francisco, en su Testamento, nos deja entrever su evolución espiritual, precisamente durante el período de su «conversión». En cuanto a acontecimientos concretos, no muchos. Él sitúa el corte entre su «vida de pecados» y su «vida de penitencia» en el momento en que «el Señor lo condujo entre los leprosos» y en que se puso a su servicio (Test 1-2). En efecto, fue entonces, como lo señala la Leyenda refiriéndose explícitamente a este texto, cuando invirtió su escala de valores y cuando la amargura de antes se convirtió para él en «dulzura de alma e incluso de cuerpo» (Test 3; TC 11).

SANTA EDITH STEIN, (Sor Benedicta de la Cruz).

«No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza».

Esta es una santa muy contemporánea, fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo II, quien le dio el título de “mártir de amor”. En octubre de 1999, fue declarada co-patrona de Europa.

El asombroso camino de conversión y la profunda coherencia cristiana de Edith Stein la convirtieron en una figura cada vez más admirada. Su peregrinación del judaísmo al catolicismo y de la vida intelectual a la contemplación como carmelita descalza, la convirtieron para muchos en un ejemplo y un símbolo no sólo de diálogo interreligioso, sino de reconciliación entre el pensamiento y la fe.

Edith, fue una mujer curtida por el dolor y la muerte, En 1914 apareció de improviso la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a un hospital austriaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Edith recibió la Medalla al Valor por su trabajo en el hospital.

Edith, no tenía fe, leyó La Vida de santa Teresa de Jesus, y concluyó: ¡Esto es la verdad!

Cuarto paso: reflexionar si estamos convertidos.

San Agustín, comienza su fase de conversión a los 32 años, San Francisco a los 23, Santa Edith Stein, a los 31, y podemos hacer una larga lista de convertidos a distintas edades. Conocí a alguien que dijo haberse convertido a los 82. Y tres años después de haber amado mucho a Cristo, fue llamado a la casa del Padre, y dejo la frase siguiente en una carta a sus hijos: “Hijos, alégrese todo el mundo por mí, pude haber muerto y ahora vivo por siempre, allí, donde esta Cristo”

¿Quién se atreve a decir que ya hizo lo suficiente, que ya es demasiado perfecto y puede declararse convertido totalmente? Les he preguntado a muchos cristianos católicos, si consideran que está convertidos; hay quien se atreve a decir que sí. Examinemos nuestra conciencia en oración ante Dios, escuchando su voz en nuestro corazón, y veamos si verdaderamente lo estamos.

Hay muchas preguntas que hacerse. ¿Amo de verdad a Dios?, ¿Siente mi corazón que ama a Dios? ¿Utilizo el nombre de Dios para las cosas frívolas? ¿Santifico el día del Señor? ¿Me reconcilio con mis hermanos? ¿Dedico tiempo a mis padres y atiendo sus necesidades? ¿He engañado para mi beneficio? ¿Busco que otros opinen mal de mis hermanos? ¿Le deseo mal a otros? ¿Me alabo a mismo para hacer valer vistosamente mis buenas obras? ¿Le he negado a un hermano algo que me sobra? ¿Me domina la pasión en las discusiones y me indigno sin razón?, ¿Me aflige el que otro tenga un puesto que yo deseo? ¿Me desagrada sentirme obligado cooperar con mis hermanos? ¿Soy inconsistente en el bien y desisto rápidamente de mis obligaciones?

En fin, podríamos hacernos cientos de preguntas, pero, para todo esto hay solución. Todos estamos muy necesitados de la paz interior. El primer paso para lograr esta paz interior es, precisamente, ese reconocimiento: la culpa se elimina reconociéndola. El sacramento de la reconciliación nos invita a hacer un examen profundo de nuestra conciencia, a descubrir lo que llevamos dentro…El camino de la conversión es la búsqueda de la perfección que Dios espera de nosotros, y eso, no es fácil.

 

Como conclusión, me parece que es un error pensar que la conversión se alcanza rápidamente y en esta vida. Reconozco que es un difícil camino, hay que andar mucho y con Dios en el alma, y llega cuando Dios nos dé la entrada al Reino.

P. Félix Villafranca
(Resumen de Catholic.net)