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La Unión Europea impone la dictadura de Género en sus países satélites

La Unión Europea impone la dictadura de Género en sus países satélites

Si el zar rojo encumbró a un farsante llamado Lysenko, a pesar de que su disparatada teoría genética abocó a Rusia a la hambruna, la Universidad de Barcelona ha puesto en marcha un Grado de Estudios de Género, a pesar de que “eso” no sea más que un timo carente de rigor científico, y una forma como otra cualquiera de succionar ubres presupuestarias.

Lo preocupante es que detrás de este tipo de imposturas estén los gobiernos, y detrás de ellos el super-gobierno: la Unión Europea. Y que, por seguir con la comparación, la Bruselas que impone la agenda LGTB parece imitar a Moscú.

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Lo que nació como un Mercado Común para relanzar al Viejo Continente de la posguerra va camino de convertirse en una superestructura despótica que no sólo invade la soberanía de los países miembros, sino que trata de redefinir la naturaleza humana y de imponer, a través de la perspectiva de género, un hombre nuevo, una utopía totalitaria como la soviética (en aquel caso, la sociedad sin clases, en este caso la sociedad sin sexos, masculino-femenino).

Los paralelismos resultan inquietantes…

La revolución sexual de los años 60 -con el mayo francés del 68 como epicentro- equivaldría a la revolución bolchevique de 1917; la liberación de tabúes sexuales y el espejismo subsiguiente, a la caída del zarismo y el “arriba parias de la tierra”; la dictadura de género y sus dogmas anticientíficos, a la dictadura estalinista y su sarta de mentiras convertidas en verdades oficiales; la fatua de la “homofobia”, a las inapelables acusaciones de “revisionista” y “burgués”; la cárcel con la que amenazan leyes como la mordaza LGTB española y el ostracismo social, a las mazmorras de la KGB y a la muerte civil de los disidentes -y a veces también la física-; la prohibición de terapias para recuperar el sexo biológico, a los lavados de cerebro de los Gulags y la reeducación;  y la actitud sumisa de los países satélites de Moscú a la obediencia de los países súbditos de Bruselas, a golpe de sobornos a los Gobiernos títeres. No tienen más que sustituir sobornos por fondos europeos.

Y todo ello atribuyéndose unos poderes más propios de tiranos de la Antigüedad que de gobernantes democráticos del siglo XXI, al invadir la vida privada de los ciudadanos, y dictarles como deben ser sus identidades sexuales; reeditando a los regímenes soviético y nazi en su intento por usurpar la patria potestad y reeducar sexualmente a los niños.

La gravedad de esta amenaza contra la libertad es inversamente proporcional al déficit democrático de la eurocracia de Bruselas. ¿Quién se ha creído que es la  Comisión para meterse donde nadie la ha llamado? ¿Y quién su presidente, un tal Juncker que antes de adquirir notoriedad en Bruselas regentaba un país de playmovil? Tan de playmovil, que según ironizaba el gamberro de Michael Caine “de joven yo pensaba que Luxemburgo no era más que una emisora de radio”.

Y sin embargo, ya tenemos al enemigo a las puertas. En España, la ley mordaza LGTB, de Podemos -¿de quién si no? siendo un partido marxista-, con la abstención del PP -¿de quién si no? siendo un partido colaboracionista-.

Y en la Unión Europea, dinero, mucho dinero. Es lo de siempre: cherchez l’argent. Unos ejemplos:

El Foro Europeo de la Juventud financiado con miles de millones de euros de la UE lleva años haciendo campañas por la «igualdad de género» y la «orientación sexual».

La Agencia de los Derechos Fundamentales dispone de un presupuesto anual de 20 millones de euros y sus 80 empleados no tienen otro quehacer que perseguir la “homofobia” y -de paso- la «islamofobia».

El Instituto Europeo para la Igualdad de Género cuenta con más de 52 millones de euros para incorporar la perspectiva ‘Gender’ a las políticas nacionales. ¿Incorporar o imponer? ¿Alguien cree que van a andarse con chiquitas, cuando uno de sus objetivos confesos es “educar la conciencia de los ciudadanos de la UE en la igualdad de géneros”? Por cierto, tomen nota del perfume maoísta: “educar la conciencia”.

Pero además de recurrir a estas agencias, Bruselas financia generosamente a ONGs proLGTB para imponer la agenda de género a los 500 millones de residentes de los países súbditos.

Una de ellas es la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), financiada en un 70% con fondos europeos. El otro 30% está cubierto en su mayor parte por la Open Society… del inevitable George Soros.

Si algún juzga lector exagerada la comparación de la UE proLGTB con la URSS, no tiene más que leer al disidente Vladimir Bukovski, un biólogo que estuvo 12 años en campos de concentración y cárceles psiquiatras soviéticas, y que cuando llegó a Occidente se quedó sorprendido ante ciertos paralelismos con la Rusia comunista.

“No es accidental que el Parlamento Europeo me recuerde al Soviet Supremo. Parece el Soviet Supremo porque fue diseñado como tal. De manera similar, cuando miras a la Comisión Europea, se parece al Politburó” se atrevió a decir en una conferencia, en Bruselas.

Explica Bukovski que, como en el Estado soviético, nadie elige a los mandarines de Bruselas, que hay corrupción de arriba a abajo, que se castiga al disidente, que la  corrección política se difunde y se convierte en una ideología opresiva, y pone el ejemplo del pastor sueco que fue perseguido durante varios meses porque dijo que la Biblia no aprueba la homosexualidad.

Obviamente es sólo una analogía. “No estoy diciendo que tenga un Gulag. Todavía no tiene KGB, pero estoy observando muy cuidadosamente estructuras como Europol, por ejemplo”.

De momento, en España ya existe un Grado de Género y, además, comisarios de género en los colegios, para troquelar cabecitas de escolares desde su más tierna infancia. Así que todo se andará.