Usted está aquí

Borja Uriarte, con 25 años, es el párroco más joven de Vizcaya

Borja Uriarte, con 25 años, es el párroco más joven de Vizcaya

«¿Tú eres el cura? Pues qué joven». Esas son las dos primeras frases que suele escuchar Borja Uriarte cada vez que un desconocido se acerca a él en la iglesia. A sus 25 años es el sacerdote más joven de Vizcaya y desde hace tres meses atiende las parroquias de Barrika, Gorliz y Sopela. A este bilbaíno amante «del noble arte del boxeo» y el mayor de cuatro hermanos, la vocación le llegó cuando estaba cursando Bachiller. «No es que de pequeño ya dijese que quería ser cura. Sí que para mí la fe y Dios eran importantes, pero no fue hasta los 17 y 18 años cuando empecé a plantearme meterlos en la ecuación. Fue una cuestión de coherencia». En ese momento lo vio claro. Aparcó una serie de proyectos que tenía previstos para la vida adulta e ingresó en el Seminario Diocesano de Bilbao.

«Me dije que si entraba allí y probaba vería si lo de ser sacerdote era lo mío. Y hasta hoy. El Seminario no es una máquina de hacer curas. Hay gente que, una vez dentro, se da cuenta de que no es su camino y eso también es estupendo. No es una mala noticia, es un ejercicio de sinceridad. El decir sí o no forma parte del discernir. Incluso después de ser ordenado cura hay que decir sí todos los días», relata Uriarte.

– ¿Y cómo reaccionaron en su casa cuando les confesó que quería ser sacerdote?

– No lo dije. Bueno, se lo comenté a mi madre pensando que ella se lo diría a mi abuela, se enteraría toda la familia y me ahorraría el esfuerzo. Y aunque sucedió así, como nadie me decía nada, pensé que la estrategia no había funcionado. Aquello ocurrió en el verano después de segundo de Bachiller, justo antes de entrar al Seminario. Fue raro porque me costó mucho contar que quería ser cura, por vergüenza. Acabé diciéndoselo poco a poco a todos y no fue lo mismo, por ejemplo, con mi padre que con mi madre. A posteriori esta decisión ha supuesto unas grandes conversaciones con los más allegados y momentos muy bonitos, como el que viví con mi padre. No ha habido nadie a quien le haya sentado mal esta decisión o que no la haya entendido, ni se haya distanciado de mí por este motivo.

Tras finalizar los cerca de siete años de formación para ejercer el sacerdocio –el primer curso lo compaginó con algunas asignaturas de Bellas Artes, otra de sus pasiones–, fue ordenado el 8 de diciembre de 2016. Los primeros nueve meses permaneció en el entorno de Begoña hasta que en septiembre lo destinaron a Uribe Kosta, un «cambio radical» para este joven criado en la ciudad.

Más cercanos en los pueblos

«Hay diferencias entre las zonas urbanas y el ámbito rural, la gente no tiene la misma mentalidad. El ambiente es mucho más cercano en los pueblos», destaca. Uriarte está en el proceso de conocer este escenario y las necesidades de sus feligreses «para servirles y acompañarles». La acogida ha sido buena y cuenta con el apoyo y la orientación de los anteriores párrocos. Uriarte es uno de los pocos nuevos sacerdotes que se ordenan al año en la Diócesis de Bilbao. Este año, habrá cuatro y hay otros cuatro seminaristas. El propio obispo, Mario Iceta, alertaba recientemente de que «necesitamos más seminaristas y sacerdotes, o al menos, los suficientes como para poder ordenar la diócesis». En el resto del País Vasco la situación es similar: Gipuzkoa cuenta con ocho estudiantes y Álava sólo con uno, que convive con los de Bilbao.

«No existe un relevo. Se están jubilando párrocos de cuando se ordenaban entre 15 y 30 al año. Ahora somos entre uno y tres. Hay años que ninguno», apunta Uriarte. Esta situación entraña un «desafío» para la Iglesia. Para darle respuesta, colaboran con la gente del pueblo y trabajan en equipo para mantener aspectos como la catequesis o la preparación para el matrimonio.

Su labor como sacerdote le enfrenta también al reto de oficiar funerales. «Es un momento muy delicado para la familia. Supone un reto comunicar algo que les pueda dar consuelo en una situación tan tremenda», reflexiona. Su vocación también le ha llevado a dejar de hacer muchas cosas propias de su edad. «Valorar aquello a lo que he renunciado me sirve para comprender mejor lo que hago ahora. Es una forma de mirar hacia adelante. No pensar en lo que he dejado atrás y saber que estoy aquí por algo». Tiene por delante medio siglo –los sacerdotes se jubilan de media a los 75 años– de entrega a Dios, a los demás y a una labor para la que, a día de hoy, apenas quedan personas dispuestas a dedicarse.