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El curioso museo de la Farmacia de Bratislava que está lleno de Santos

El curioso museo de la Farmacia de Bratislava que está lleno de Santos

En el libro “El Danubio”, el escritor italiano Claudio Magris comienza el capítulo dedicado a Eslovaquia con una mención a la Farmacia La Langosta Roja de Bratislava: “…en la calle Michalská, un fresco, en el techo del vestíbulo, representa al Dios del tiempo”.

Lo llamó “museo de los remedios contra los ataques del tiempo” y en cierto modo es así. La farmacia es medicina para llevar mejor nuestra vida y retenerla lo más posible.

El visitante entra en una farmacia antigua y descubre un museo que reúne objetos y mobiliario de cuatro siglos. El recorrido es como pasear por las ventanas del tiempo.

Lo que más llama la atención es que no solo hay una utilidad para los botes, morteros y frascos de farmacia sino que la fe cristiana ha estado presente en la protección de la salud a lo largo de los siglos.



En la imagen Santa Dorotea, a quien se veneraba especialmente en el antiguo Imperio Austro-Hungaro.

De Santa Isabel a la Inmaculada Concepción

Muchas farmacias del Barroco contaban con una imagen de Santa Isabel como protectora de los boticarios y ese es el caso de la Bratislava.

Con el paso del tiempo, se estableció que la patrona del gremio sería la Inmaculada Concepción. El dogma fue proclamado en 1854 y por aquella época comenzaron los estudios de Farmacia como carrera universitaria. De ahí se procedió a proclamar a la que sería patrona de Facultades de Farmacia y Colegios Farmacéuticos.

Por otra parte, el Día Mundial de los Farmacéuticos no es el 8 de diciembre sino el 25 de septiembre, fecha de creación de la Federación Internacional de Farmacéuticos.

El Museo de la Farmacia se encuentra en el casco antiguo de la capital eslovaca, a pocos metros de la popular Puerta de San Miguel, uno de los accesos de la muralla que rodeaba el enclave y lo protegía de los enemigos.

Hasta de tiempos de guerra con los turcos y de influencias otomanas nos habla hoy una escultura que se encuentra en una de las salas.

Y es que Bratislava se encuentra entre Viena y Budapest, a orillas del Danubio. Un enclave codiciado por el Imperio Otomano y recuperado por el Reino de Hungría.

Remedios de la naturaleza

El recorrido trata de poner en situación al visitante, que descubre modos diversos de conservar los ingredientes desde el siglo XVII. En su mayor parte se extraían de la Naturaleza y así pueden encontrarse los nombres en latín de muchas hierbas y plantas medicinales, desde la camomila a la menta y desde la cúrcuma al tomillo.

Cerámica, porcelana, madera y vidrio

Cada farmacia escogía un modo ordenado y sintético de presentar sus remedios. Así, las farmacias antiguas tenían personalidad propia. En sus estanterías, como también recuerda Magris, disponían los albarelos (los botes altos que hoy buscan los coleccionistas de antigüedades) como si fuera una colección de soldaditos de plomo: en fila y con una caracterización que los hacía únicos.

El material del albarelo podía ser de madera pintada, de cerámica, de porcelana o de cristal, y muchas veces esta elección dependía de la disponibilidad que en aquella época había para encargar los botes a un taller proveedor. No siempre -sobre todo en tiempos de guerra- era fácil encontrar recipientes o alambiques, probetas, básculas y material necesario para elaborar las fórmulas magistrales. Lo importante, en cualquier caso, era que el jarrón o frasco conservara las propiedades de la planta, el polvo o el agua medicinal.

Raíces cristianas de Europa

El Museo de la Farmacia recuerda que algunos de estos establecimientos se encontraban en los monasterios (todavía hoy podemos visitar la Officina Farmaceutica Santa Maria Novella en Florencia).

Cada frasco iba acompañado de una segunda etiqueta que hacía referencia a una imagen piadosa: en el bote de la derecha puede verse el Descendimiento de la Cruz.

La esperanza de curarse iba unida a las oraciones y a la devoción a los santos.

En muchos recipientes podemos ver etiquetas con escenas de la vida de Cristo o imágenes de santos a los que el farmacéutico y el usuario se encomendarían para pedir la curación.

En esas etiquetas y en esos muebles de madera trabajados con exquisitez se encuentra además una belleza extraordinaria.

Es lo que podría considerarse un arte menor, pero que habla de nosotros y de la expresión de las raíces cristianas de Europa a través de los siglos.

Bote de farmacía de cerámica del año 1700 con la imagen de San Francisco.