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El milagro del corazón del usurero y el del vaso que no se quiebra

Milagro de San Antonio de Padua

El corazón del usurero

El sexto altorrelieve de la Basílica de San Antonio nos presenta el milagro del usurero, cuyo corazón fue encontrado en la su caja de caudales, obra de Tullio Lombardo, 1525. Este episodio lo recoge Sicco Polentone en el nº. 35 de su biografía del Santo. Oigámoslo:

"En Toscana, grande región de Italia, se estaban celebrando con gran solemnidad, como sucede en estos casos, las exequias de un hombre riquísimo. Nuestro San Antonio de Padua estaba presente en el funeral, quien, sacudido por una repentina inspiración, comenzó a gritar que el muerto no fuera enterrado en un lugar consagrado, sino junto a las murallas de la ciudad, como un perro y esto porque su alma estaba condenada en el infierno, y ese cadáver estaba desprovisto de corazón, de acuerdo con el dicho del Señor informado por el evangelista  Lucas: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

Ante esta afirmación, por supuesto, todos se sorprendieron, y tuvo lugar un excitado intercambio de opiniones. Finalmente fueron llamados los cirujanos, que abrieron el pecho del muerto, pero no encontraron el corazón que, según la predicción del Santo, encontraron en la caja fuerte donde se guardaba el dinero. Por esta razón, la ciudadanía elogió a Dios y a su santo. Y el muerto no fue depuesto en el mausoleo preparado, sino arrastrado como un burro por el terraplén y enterrado allí."

El vaso de Aleardino

El octavo altorrelieve de la capilla del Arca, representa el milagro del vaso de Aleardino. Es una obra realizada por el paduano G. M. Mosca y el milanés P.P. Stella, entre el 1520 y el 1529.

Este milagro (o hecho prodigioso) lo recoge el autor de la Assidua (1232), la primera biografía de San Antonio de Padua. Leemos que: Un caballero de Salvaterra, llamado Aleardino, engañado desde muy joven por el error de la herejía, llegó un día, después de la muerte del Santo a Padua con su esposa y su numerosa familia, y estando a la mesa conversaba con los otros comensales sobre los milagros concedidos a la devoción de los fieles por los méritos del bienaventurado Antonio.

Y mientras los demás afirmaban que el bendito Antonio era verdaderamente un santo de Dios, vaciado el vaso de vidrio que tenía en su mano, procedió aproximadamente con estas palabras: "Si el que decís ser santo habrá mantenido este vaso ileso, creeré que las cosas de que tratáis de persuadirme son ciertas".

Y arrojado a tierra, desde el alto escaño en el que estaban sentados para el almuerzo, el vaso de vidrio -¡cosa admirable de decir! - golpeando contra la piedra resistente y, a la vista de los muchos que estaban presentes en la plaza, permaneció intacto.

Al ver el milagro, arrebatado por el remordimiento, el caballero se arrojó rápidamente sobre el vaso, y llevándolo intacto con él, contó a los frailes, en detalle, lo que había sucedido. Después, habiéndose confesado, recibió devotamente la penitencia que se le impuso por sus pecados y, adhiriéndose fielmente a Cristo, predicó con gran constancia sus maravillas". (Assidua, c.40)

Todavía hoy los peregrinos y devotos que visitan la Basílica de Padua, pueden ver este vaso del prodigio que se conserva en un relicario dorado, en la capilla del Tesoro o de las reliquias.