
A lo largo de su historia, la Orden de los Frailes Menores ha dado testimonio de santidad a través de formas variadas: misioneros, eremitas, teólogos, mártires, fundadores. Pero entre todos ellos, hay una línea carismática particular que ha capturado el corazón del pueblo cristiano: la de los taumaturgos, hombres sencillos y profundamente espirituales en quienes el pueblo de Dios vio reflejado el poder del Evangelio.
San Antonio de Padua (1195–1231) y San Salvador de Horta (1520–1567) comparten esta dimensión carismática: fueron hombres de oración, humildes franciscanos, profundamente cercanos a los pobres, y milagreros en el sentido más genuino de la palabra. A través de ellos, Dios obró señales que confirmaban su presencia y cuidado en medio del pueblo.
Este artículo explora sus vidas, espiritualidad, carisma, y la significación eclesial de su legado.
1. Contexto histórico y biografía
San Antonio de Padua
Nacido en Lisboa como Fernando de Bulhões, Antonio fue un canónigo regular agustino antes de ingresar en la Orden Franciscana, inspirado por el martirio de cinco hermanos franciscanos en Marruecos. Adoptó el nombre de Antonio y deseó morir mártir, pero su vida dio un giro inesperado cuando fue llamado a predicar en Italia.
Su poderosa oratoria, su profunda comprensión de las Escrituras y su capacidad de comunicar con sencillez las verdades más profundas del Evangelio, lo convirtieron en uno de los grandes predicadores del siglo XIII. Fue llamado “el martillo de los herejes” no por violencia, sino por la fuerza luminosa de su predicación.
Murió joven, a los 36 años, en Padua, y fue canonizado menos de un año después de su muerte. Su tumba es lugar de peregrinación hasta el día de hoy.
San Salvador de Horta
Tres siglos después, en la Cataluña del siglo XVI, nació Salvador Pladevall i Bien, conocido como Salvador de Horta. Hijo de padres humildes, trabajó como zapatero y luego como criado de un médico, donde desarrolló su espíritu de servicio. Ingresó como hermano lego en los Franciscanos Observantes, llevando una vida sencilla de portero y cocinero.
A pesar de no ser sacerdote ni predicador, su vida fue un testimonio poderoso de fe, humildad y caridad. Pronto comenzaron a atribuirse a su intercesión numerosos milagros, especialmente curaciones físicas, lo que atrajo multitudes a los conventos donde residía.
Por humildad fue cambiado de lugar repetidas veces. Murió en Cagliari (Cerdeña), donde fue sepultado. Fue canonizado en 1938.
2. Dimensión carismática: Los milagros como signo pastoral
San Antonio: El predicador taumatúrgico
Antonio fue un hombre de palabra y acción. Sus milagros se narran en sus biografías como signos que acompañaban su predicación, confirmando el mensaje evangélico. Entre los más célebres se encuentran:
La predicación a los peces, cuando los hombres no quisieron escucharlo.
El milagro de la mula, que se arrodilló ante el Santísimo.
El reencuentro de un pie amputado tras el arrepentimiento de un joven.
Multiplicaciones de alimentos, curaciones, liberaciones de posesiones demoníacas, etc.
Estos signos fortalecieron su imagen como hombre de Dios cercano a los necesitados, y cimentaron su fama de santidad en vida.
San Salvador: El hermano silencioso que curaba multitudes
En el caso de Salvador de Horta, su fama no vino por la predicación sino por su vida de oración, ayuno, penitencia y caridad. Durante los años que pasó como portero en el convento de Horta (Gerona), comenzaron a acudir a él enfermos de toda clase: cojos, ciegos, paralíticos, epilépticos. Rezaba brevemente por ellos, trazaba la señal de la cruz y muchos sanaban al instante.
No tomaba gloria para sí, y lloraba cuando lo alababan. En ocasiones se le vio elevado en éxtasis durante la oración o multiplicando el pan para los necesitados. Él mismo se consideraba indigno y trataba de esconderse, pero el pueblo lo buscaba como intercesor.
La fama de sus milagros fue tan grande que las autoridades eclesiásticas lo investigaron varias veces, pero siempre se confirmó su humildad y ortodoxia.
3. Espiritualidad común: Humildad, pobreza, caridad
Ambos santos encarnan los grandes pilares del franciscanismo:
Virtud franciscana | San Antonio de Padua | San Salvador de Horta |
---|---|---|
Humildad | A pesar de su erudición, vivía con sencillez y obediencia. | Rechazaba la notoriedad y se escondía del aplauso. |
Pobreza | Predicó contra la avaricia y el abuso de los ricos. | Vivió como hermano lego, sin posesiones ni poder. |
Caridad | Cercano a los pobres, defendía a los oprimidos. | Servía a los enfermos, los pobres y a todos con amor. |
Oración | Su predicación era fruto de contemplación. | Pasaba horas en oración, ayuno y mortificación. |
Ambos vivieron una santidad popular, es decir, accesible, tangible, en medio de la gente. No se encerraron en teorías ni se distanciaron del pueblo. Fueron signos vivos de que Dios actúa en la historia concreta de los sencillos.
4. Diferencias de contexto y misión
Elemento | San Antonio de Padua | San Salvador de Horta |
---|---|---|
Siglo | XIII | XVI |
Papel en la Orden | Predicador, maestro, misionero | Hermano lego, portero y cocinero |
Formación | Alta formación teológica y bíblica | Sin estudios formales |
Modo de evangelizar | Palabra encendida y Escritura | Testimonio silencioso y milagros |
Influencia posterior | Doctor de la Iglesia, patrono universal | Santo de devoción popular en España e Italia |
Aunque sus caminos fueron diferentes, ambos representan lo que podríamos llamar una teología del Espíritu en acción: la gracia de Dios obrando a través de hombres totalmente abandonados a su voluntad.
5. Devoción popular y legado
San Antonio
Es uno de los santos más populares del mundo. Se le reza por cosas perdidas, se le honra en martes, y su imagen con el Niño Jesús en brazos está en miles de capillas. Fue declarado Doctor de la Iglesia por Pío XII en 1946 y sigue siendo un referente de predicación, devoción e intercesión.
San Salvador
Aunque menos conocido a escala universal, es profundamente venerado en Cataluña y Cerdeña, donde su tumba atrae peregrinaciones. Su vida inspira a los que sirven humildemente, a los que sufren y a quienes creen que la santidad no depende del saber, sino del amar.
Conclusión: Dos rostros del poder de Dios
San Antonio de Padua y San Salvador de Horta nos muestran que la santidad no tiene un molde único. Uno fue predicador y teólogo; el otro, un cocinero analfabeto. Uno usó la palabra; el otro, el silencio. Ambos sanaron cuerpos y tocaron corazones, no por su propio poder, sino como instrumentos del Espíritu Santo.
En tiempos de necesidad, ambos siguen siendo intercesores poderosos. Pero más allá de los milagros, su vida nos recuerda que la caridad, la humildad y la fe vivida con sencillez son los mayores signos de que Cristo sigue actuando entre nosotros.