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Obispos de EE UU, México y Centroamérica celebraron una cumbre histórica sobre migración

La imagen de zoom llega desde Irving, Texas, hasta uno de los salones del Seminario Mundelein, situado cerca de Chicago (Illinois).

Con la necesidad del distanciamiento social pero con la maravilla de la técnica, María Antonia, una inmigrante salvadoreña, cuenta a obispos de Estados Unidos, México y Centroamérica el calvario que representó para ella y su familia haber abandonado su hogar.

El obispo de de la diócesis salvadoreña de Chalatenango, Oswaldo Escobar, le dio la bendición, acompañado de una decena de obispos de la región.

Las palabras de bendición del obispo Escobar a María Antonia reflejaron el sentir de la cumbre y el sentimiento de la Iglesia en su conjunto: «Nuestro deseo es que su familia encuentre estabilidad y usted encuentre la paz y continúe experimentando el consuelo de Dios».

Quizá sea el único consuelo que puede aliviar el corazón de esta salvadoreña que, como tantas y tantas madres de familia de su país y de los países vecinos, han tenido que salir huyendo, dejándolo todo, hacia un destino desconocido, sorteando mil peligros, buscando una oportunidad de vida.

Junto con representantes del Vaticano y organizaciones católicas internacionales, así como destacados luchadores por los derechos de los migrantes, los obispos de toda la región implicada en una de las grandes batallas del siglo XXI, la migración de familias, adultos, niños, ancianos del Triángulo Norte de América Central, de México, Nicaragua y de otros países cercanos y lejanos, se reunieron durante los primeros dos días del mes de junio.

Se juntaron para escuchar relatos como el de María Antonia y para establecer las bases de lo que llamaron una “Iglesia sin fronteras”, que acoja, acompañe, integre y cuide a los migrantes, más allá de las divisiones (y de las decisiones) políticas. Es cuestión de hermandad. Y de seguir la huella marcada por el Papa Francisco.

Evangelizar hacia adentro de la Iglesia

Esta primera cumbre que celebran los prelados de la región, fue una “reunión de emergencia” motivada por la alerta humanitaria que se vive en la frontera entre México y Estados Unidos.

Las detenciones aumentan mes a mes del lado estadounidense, de la mano de las oleadas de menores de edad y de familias completas que tratan de cruzar, como sea, en lancha, en balsa, con flotadores, a nado, el Río Bravo, o se adentran con los traficantes en el desierto y luego, como el tristemente célebre caso de Wilto Gutiérrez, un niño nicaragüense de 10 años, los abandonan a su suerte.

Del lado estadounidense, tanto el director ejecutivo del Centro de Estudios Migratorios de Nueva York, Don Kerwin, como la directora de Caridades Católicas del Valle del Río Grande en Brownsville, la hermana Misionera de Jesús Norma Pimentel, coincidieron en la necesidad de evangelizar a los católicos de su país e, incluso, evangelizar sobre la cuestión migratoria a la propia Iglesia católica.

“No necesitamos mensajes tanto como necesitamos que los católicos estén en comunión con los migrantes (…) Necesitamos que los católicos sean católicos. La iglesia realmente tiene una hermosa visión para reunir a los hijos de Dios, una visión de comunión, una visión de diversidad, y funciona», subrayó Kerwin.

La hermana Norma Pimentel, por su parte, comentó que es testigo de que muchos católicos no ven con buenos ojos a los migrantes.

Por un lado, explicó, están los católicos que piden que les digan qué hacer con los migrantes y, por el otro, están los que critican lo que hacen organizaciones como Caridades Católicas del Valles del Río Grande, una de las regiones limítrofes entre Estados Unidos y México con mayor flujo de migrantes centroamericanos.

Incluso con la oposición de muchos, dijo Pimentel, “nuestro trabajo es hablar”, sobre todo a partir de ahora, porque por la pandemia, la violencia y la pobreza, estarán aumentando los flujos migratorios este verano.

Una experiencia religiosa

Durante la Misa de clausura, el arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, dijo que la experiencia de estos días, junto con los testimonios de los migrantes como María Antonia, hacen de la migración “una experiencia religiosa”.

Y agregó que, “quizá no para satisfacción de todos” pero la cumbre arrojó resultados positivos. Uno de ellos fue que todos los obispos reunidos en el Seminario Mundelein, se comprometieron a implementar medidas en sus diócesis para ayudar a los migrantes, ya sea que pasen por sus diócesis o se conviertan en residentes permanentes en sus localidades.

El cardenal Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano, se dirigió, de manera virtual, a los asistentes a la reunión.

«Cada uno de ustedes que participa en estas discusiones –dijo el purpurado vaticano– está ubicado en algún lugar: eclesial, institucional, profesional, geográficamente. Sus parroquias encuentran a los migrantes de muchas maneras: hay parroquias de partida, parroquias de tránsito, parroquias de llegada, parroquias de asentamiento a corto o largo plazo y parroquias de regreso».

Y la tarea pastoral incluye acoger, proteger, promover e integrar. «Hay una miríada de oportunidades y desafíos para las comunidades a lo largo del camino del migrante».

Construir una «iglesia sin fronteras», dijo el cardenal Czerny, significa «que las necesidades de la gente tienen prioridad sobre la nacionalidad, el interés propio y las normas convencionales».

Y añadió: «Lamentamos que se erijan barreras artificiales e injustas para dividir a la familia humana y empujar a las personas a los márgenes de la vida social, económica, política (y a veces incluso de la Iglesia). Si bien aceptamos las fronteras nacionales como legítimas, queremos que la Iglesia sea un ministerio compasivo para ir más allá de las divisiones políticas»., terminó diciendo el purpurado vaticano.

Con información de Catholic News Services