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Milagro en la frontera: Cuando la vida de un bebé depende de su nacionalidad

Milagro en la frontera cuando la vida de un bebé depende de su nacionalidad

“¡Mamá, el niño no puede llorar mucho porque le duele el corazón!”, gritaba Leonardo cuando Lionel comenzaba a llorar y su mamá estaba ocupada. Para Yenny Moreno, la madre de ambos infantes, lo más importante era que el recién nacido no llorara, porque una rara complicación clínica podría acabar con su vida.

Leonardo tiene 6 años, Leandro 5 y Lionel 1. Junto con su esposo, conforman una familia que vive en Colombia tras partir del andino estado Mérida de Venezuela. “A él le escuchaban el corazón y se oía muy raro”, cuenta Yenny recordando el 29 de septiembre de 2017, cuando los médicos diagnosticaron que había nacido con una cardiopatía congénita: el estrechamiento de una arteria y un soplo en el corazón.

Lionel no debía llorar pues “cualquier emoción o actividad que le pudiera agitar el corazón lo afectaba debido a su cardiopatía”, ¡pero impedir que un recién nacido llore es tarea imposible! La única forma de tranquilizarlo del todo era su mamá; “tal vez por eso Lionel no se le despegaba nunca”.

Atender la situación médica implicaba hacerle una cirugía urgente para ensanchar su arteria afectada; pero en su natal Venezuela, lo único que se logró fue incluir su caso en una lista de espera que se supone atendería el Estado en ese país.

Partieron a tierras colombianas en busca de salud y un mejor futuro para su familia. Llegaron durante el cierre de la Navidad, el 6 de enero, cuando miles de niños sonríen en el mundo por celebrarse la fiesta de Reyes Magos, quienes visitan con sus regalos a los pequeños. Buscaban un milagro para Lionel.

Tres meses después del nacimiento del bebé, no habían podido operarlo. Mientras se establecían en Colombia, la madre de Yenny –Carmen- permaneció en Mérida con los dos hijos mayores: Leonardo y Leandro, en una marcha contrareloj ante la delicada salud del pequeño.

Los niños son nietos de Carlos Moreno, quien nació en Cúcuta, ubicada junto a Táchira, la otrora más pujante frontera activa de América Latina. Por su puente binacional pasan 50 mil personas a diario que huyen de la crisis humanitaria compleja.

Durante su juventud, Carlos migró a Venezuela, donde formó un hogar con Carmen Rondón, la madre de Yenny. Sus  hijos nacieron en Venezuela. En esa nación petrolera vivió a lo largo de tres décadas, entre las bellas montañas de Mérica.

“No teníamos ni para comer”

Es uno de los más de 250 mil colombianos que forman parte de los retornados: personas que en el pasado migraron a Venezuela y han tenido que regresar a su país de origen debido a las particulares dificultades que la nación sudamericana afronta.

Carlos, su esposa y varios de sus familiares viven en una casa en el municipio colombiano y fronterizo de Villa del Rosario. Aunque “un poco apretados”, juntos comparten las bondades del calor de hogar, un techo dónde dormir y el apoyo familiar.

Llegaron a Colombia como la mayoría: sin empleo, sin dinero y sin saber cómo empezar una nueva vida. Por lo que ese inicio fue duro, pues “no teníamos ni para comer”… Vendíamos café, pero no nos alcanzaba el dinero. “Mi esposo intentó otros trabajos, ¡pero nada! Entonces, él dejó de trabajar en eso y ahora vende chupetas, en la carretera”.

Fue cuando unos ángeles con nombre y apellido acompañaron de forma silenciosa a toda la familia. “Nosotros no teníamos dónde cocinar porque acá no había cocina, no había fogones. Entonces me llegaron con una cocina y una bombona”, recuerda la dama que recibió del Servicio Jesuita de Refugiados (JRS): bonos de alimentación y elementos para cocinar.

Son 23 los integrantes de su numerosa familia, quienes no solo deben iniciar una nueva vida en un país distinto, sino hacerlo sin las garantías mínimas de protección por no ser colombianos.

“La falta de  nacionalidad los hace vulnerables a la desprotección de sus derechos fundamentales”, recuerda el SJR al compartir el conmovedor testimonio con Aleteia.

“Aunque Lionel no sabe qué es Venezuela o Colombia ni sabe que él es venezolano, su salud sí ha sido afectada por la nacionalidad”, recuerdan los comunicadores de este servicio católico con presencia en las fronteras, donde atienden a miles de migrantes y refugiados.

“El bebé se me enfermó en Colombia y yo lo llevé al médico porque tenía gripa, moquito. Yo lo veía muy mal y él se agitaba”, cuenta Yenny. “Allá (en el Hospital Erasmo Meoz) me lo dejaron, más que todo por lo del corazón. Pero los doctores lo dieron de alta y me dijeron que buscara por fuera, por el IDS (Instituto Departamental de Salud)”, explicó.