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Los capellanes lidian con la sexta ola

A Roberto Aguado, capellán del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, un paciente con COVID-19 le hizo responder trozos de la Misa en latín. Aquel hombre había reclamado con insistencia la presencia del sacerdote y no se creía que detrás de la bata, los guantes y la pantalla había un ministro ordenado. La evidencia lo derrotó. Porque los capellanes de hospital llegan a cualquier rincón del mismo, también a los reservados para los que tienen el coronavirus. «Hay gente, incluso sacerdotes, que cree que no entramos en estas zonas», añade Aguado. Lo hacen. También en esta sexta ola, que en Zaragoza se nota desde hace dos semanas. Los capellanes rompen el aislamiento, la angustia y el sufrimiento de los pacientes. El capellán explica que a veces solo coge la mano del enfermo y se queda hasta que se duerme.

Y como él no llega a todos a tiempo, Aguado tiene en los enfermeros y médicos sus aliados. «Una enfermera me pidió un folleto de oraciones porque un paciente que se estaba muriendo le pidió rezar el padrenuestro y no se acordaba de él. […] Otro me dijo, justo cuando llegaba a ver al enfermo, que ya había fallecido, pero que no me preocupase, que él ya había rezado», narra. Por todo ello, es importante –continúa– que «todo el mundo sepa que estamos aquí». Recalca que no se trata de un privilegio de la Iglesia, sino «de un derecho de los pacientes». «Cumplimos un deber», añade.

Javier Martín Langa el pasado viernes en el Hospital Enfermera Isabel Zendal. Foto cedida por Javier Martín Langa.

En Madrid, en el Hospital Enfermera Isabel Zendal, dedicado a pacientes COVID-19, también se nota esta sexta ola. Según Javier Martín Langa, aun con un número de contagios elevadísimo, el número de ingresos en este centro sanitario es la mitad que en la ola más fuerte de 2021. «Se nota que la vacuna funciona. Además, muchos de los que peor han estado, en la UCI, son personas sin vacunar o sin la pauta completa», explica el sacerdote, que forma tándem con Miguel González. Ambos se encargan de la parroquia San Antonio de las Cárcavas.

Un año después de su llegada a este centro sanitario reconocen que «están mucho más tranquilos», y que realizan las visitas con más tiempo. Porque, además de la atención espiritual, echan una mano a los médicos y enfermeros, con los que mantienen una buena relación. «Me llamó un amigo para decirme que su padre no quería entrar en la UCI y que los neumólogos estaban intentando razonar con él. Le pedí permiso para sacar toda la artillería y le leí la cartilla. A los 20 minutos me llamó la neumóloga para decirme que había pedido entrar».

Con algunos de los pacientes siguen manteniendo contacto fuera del hospital. A mucha gente el paso por el Zendal le ha cambiado la vida. «Ha habido conversiones», concluye.