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La isla católica que todos aman en Italia

La isla católica que todos aman en Italia

De la basílica de San Pedro en Roma a la basílica de San Marcos en Venecia y la catedral de Milán, cada región italiana trae orgullo a sus puntos de referencia católicos.

Para los fieles de Novara, la fuente de orgullo principal es probablemente el complejo monástico de la isla de San Giulio, una franja de tierra de 275 metros de largo en el centro del Lago Orta.

La historia católica de la isla se remonta al s. V, fue allí donde se construyó una capilla,  probablemente para conmemorar al evangelizador san Giulio, tras su muerte fue erigida una basílica románica del s. XII, luego sustituida por un monasterio del s. XVIII, ocupado por las religiosas benedictinas desde el 1976.

Con base en las pruebas arqueológicas, los primeros asentamientos de esta pintoresca franja de tierra se remontan al periodo neolítico, y el primer asentamiento cristiano puede remontarse al s. IV. Fue entonces que, según la tradición, san Giulio, que se dirigía de su Grecia natal al norte de Italia por una misión evangelizadora, puso, por primera vez, pie en la isla flotando sobre su túnica.

Todavía hoy, un hueso perteneciente a una criatura anfibia indefinida se conserva en la basílica románica de la isla como prueba de sus orígenes milagrosos. Las reliquias de san Giulio son custodiadas en el edificio del s. XII construido junto a las aguas.

Durante la Edad Media, la isla de san Giulio fue un importante centro militar, y en el siglo XI el emperador del Sacro Imperio Romano, Otto I, luchó contra las tropas italianas alineadas con el rey Berengario, evento que llevó probablemente a la destrucción de la iglesia original.

En ese periodo nació también el futuro monje benedictino Guillermo de Volpiano. Después de haber sido formado por Mayolo de Cluny, obispo de la famosa abadía de Cluny, en Francia, Guillermo se volvió una figura prominente de la orden y ayudó a diseñar y establecer muchos lugares de adoración en el continente europeo, incluido el Monte Saint-Michel

Su tradición benedictina se mantuvo viva gracias a las monjas del convento benedictino de la isla de San Giulio, iniciada por un grupo de religiosas reasentadas ahí de la cercana abadía de Viboldone.

Hoy, el monasterio es una joya que ve numerosos peregrinos acudir cada 31 de enero para celebrar la fiesta de san Giulio, santo patrono de los constructores. Los visitantes de ese día deben estar listos para participar en la tradicional subasta de corderos, donde los corderos de los pastores locales se venden al mejor postor, y para degustar el famoso “pan de san Giulio”, cocinado por las monjas para la fiesta.

El resto del año, el monasterio está abierto a las visitas (excepto en el mes de noviembre). Los visitantes pueden pasear por los hermosos jardines y asistir a algunas de las actividades monásticas cotidianas llevadas a cabo por las religiosas, como la jardinería, la tipografía y la restauración de libros antiguos.