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La cuaresma, camino de conversión hacia la Pascua

En este tiempo nuestro, en el que se está perdiendo la conciencia del pecado, en el que todo vale para conseguir exprimir al máximo el deseo insaciable de satisfacciones sensoriales y hedonistas, la cuaresma es una llamada cariñosa de atención para entrar dentro de uno mismo, con los pies descalzos, la mente clara y el corazón abierto. No tengamos miedos a recorrer los recovecos de nuestra conciencia: al que busca la luz con sinceridad, la verdad hará brillar su rostro y entrará con gozo en el santuario de su mejor yo, oculto en las neblinas de la vida, de las corrientes prosaicas laicizantes de intereses egoístas.

Convertirse no es volver la vista atrás, con timidez y miedos, ni es lamentar   los momentos oscuros de nuestro pasado, ni revolver el barro en que, a veces, hemos estado enfangados. Es, más bien, lanzar al viento nuestra mirada limpia, otear nuevos horizontes sin ocaso; navegar en altamar  con velas desplegadas, tratando de arribar a mundos desconocidos.

Convertirse no es renunciar a nuestra razón, sino potenciarla con la luz nueva de lo alto; no es renegar a nuestras pequeñas razonables apetencias, sino agudizar nuestra sensibilidad hacia aquellos que carecen de los bienes necesarios para vivir dignamente, como humanos y como hijos de Dios.

Convertirse no es renunciar a los frutos y sabores de la hermana tierra y del hermano sol, sino entrar en la profundidad de la solidaridad y del sentido de fraternidad universal que nos guíe hacia un reparto equitativo y justo de los bienes que el buen Dios pone en la mesa de la gran familia humana.

Convertirse no es decir no a la vida ni a la ciencia ni al progreso, sino darles una nueva dimensión que nos conduzca al descubrimiento del hacedor de las maravillas de la creación entera.

Convertirse no es pasar de puntillas sobre las realidades que no nos gustan: el hambre, la guerra, el terrorismo, los sin techo ni hogar, las mil caras de la miseria humana, sino oir su grito desgarrador y ofrecer lo mejor de uno mismo para poner final feliz al clamor   del amor universal, como hijos del mismo Padre y seguidores del mejor luchador por la justicia.

Convertirse es tomarse en serio las viejas obras de misericordia, las materiales y las espirituales, impresas en la sensibilidad del corazón limpio y proclamadas solemnemente por el mejor conocedor del alma humana

Convertirse es ponerse a la escucha atenta del que dijo cosas que nadie dijo antes ni dirá jamás: amaos unos a otros como yo os he amado; amad incluso a vuestros enemigos; haced el bien también a los que os hacen mal; bienaventurados  los pobres, los que luchan por la justicia, los constructores de la paz, los que  arriesgan su vida por los demás, los que dan de comer al hambriento y de beber al sediento,  los que acogen al emigrante y perseguido…

Convertirse es cambiar de piel, ponerse el vestido nuevo,  la piel de los cristianos, revestirse de Cristo, muerto y Resucitado.

Convertirse es hacer del evangelio y de la persona de Jesus, durante esta cuaresma, el tema central de referencia de mi reflexión, oración y contemplación diaria…

Cuaresma es cargar con la cruz de cada día y acompañar a Jesus, como otros cirineos, con la actitud de Maria, “aquí estoy para hacer tu voluntad”, hasta el grito liberador de la Pascua de Resurrección, que marca para siempre el himno solemne de la plenitud de la vida nueva en Cristo resucitado.

P. Félix Villafranca, C.M.