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El «frailito» de Palma que está en proceso de canonización

La parroquia Nuestra Señora del Socorro, encomendada a los padres agustinos de Palma de Mallorca, acogió el lunes la apertura oficial de la causa de beatificación de fray Francisco Cantarellas, un religioso que murió en 1968 tras una vida de extraordinaria sencillez.

La investigación sobre su santidad se inició tras la labor de otro agustino, Jesús Miguel Benítez, que al llegar a Palma a finales de los años 80 comenzó a recabar testimonios sobre su figura.

«Cuando llegué aquí empecé a oír hablar de él, y me puse a preguntar a todos los que lo conocieron», afirma. «Ya de novicio escuché hablar de “un frailito de Palma”, pero en la isla me encontré con muchos que al preguntarles me decían: “¡Un santo!”», en referencia a Cantarellas.

«Para mí es un santo de la vida cotidiana», confirma Benítez, que en 2007 publicó una biografía sobre él llamada Apóstol de la sencillez. «Es que era un hombre muy sencillo», asegura, algo que ilustra recorriendo su biografía: «Hasta los 20 años fue picapedrero, y no recibió más educación que la formación rudimentaria de la escuela de su pueblo. De pequeño vivió la experiencia de la vocación de su hermana mayor, y decidió ingresar en los agustinos. Tras un paréntesis para hacer el servicio militar, siempre se dedicó a los trabajos más humildes, sobre todo sacristán y profesor de primeras letras para los niños más pequeños», y así hasta su muerte.

Apertura del proceso en Palma con la presencia del obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull. Foto: Diócesis de Mallorca.

«Llevó una vida sencilla y sin complicaciones», dice su biógrafo, «sus días eran sota, caballo y rey, pero dejó una huella muy profunda en los frailes, en sus alumnos y en sus familiares: “Un santo”, me decían todos ellos cuando les preguntaba».

En su investigación, Benítez se ha encontrado con testimonios como el de un antiguo monaguillo suyo que, a sus 86 años, recuerda que «todo lo que soy se lo debo a él. Siempre que voy a hacer la genuflexión en la iglesia me acuerdo de él. Solo con eso ya te evangelizaba y te daba armonía y paz».

«Los monaguillos le querían a rabiar», atestigua su biógrafo, «y eso que siempre fue un hermano lego, oculto y humilde». No dejó escrito mucho, «porque no era un intelectual», tan solo algunas anotaciones espirituales. «Era un hombre muy piadoso, de mucha oración, parco en palabras y prudente, con una vida muy sencilla que merece la pena sacar a la luz y no olvidarla».«Lo ejemplar de su vida es que se desarrolló en lo oculto –concluye fray Jesús Miguel Benítez–. Por eso llama tanto la atención su pequeñez, que en realidad es manifestación de la riqueza de Dios».