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El cónclave: cómo elige la Iglesia al nuevo Papa

Tras la muerte del Papa Francisco, los ojos del mundo se vuelven ahora hacia el Colegio Cardenalicio, que pronto se reunirá en Roma para uno de los momentos más solemnes y significativos de la vida de la Iglesia católica: la elección de un nuevo Papa. Este momento, impregnado de siglos de tradición, reúne a los cardenales electores, a quienes se ha confiado la profunda responsabilidad de discernir quién guiará a la Iglesia hacia una nueva era.

Hoy día, el Colegio Cardenalicio está compuesto por 239 miembros. Sin embargo, no todos ellos participarán en la elección. Sólo los cardenales menores de 80 años tienen derecho a voto en el cónclave papal, que reúne a 129 cardenales electores. Estas personas, que representan a diversos países, culturas y experiencias pastorales, entrarán en un período de intensa oración, reflexión y deliberación mientras se preparan para elegir al 267º sucesor de San Pedro.

En los días previos al cónclave, los cardenales celebran una serie de reuniones diarias conocidas como Congregaciones Generales. Estas reuniones ofrecen un espacio para el diálogo sobre el estado de la Iglesia, los desafíos a los que se enfrenta y las cualidades deseadas en el próximo Papa. Desde el fallecimiento del papa Francisco, estas congregaciones ya han comenzado, preparando el escenario para el próximo cónclave, que comenzará el miércoles 7 de mayo y que marcará un nuevo capítulo en la historia católica.

Pocos acontecimientos en la Iglesia Católica cautivan tanto la atención mundial como un cónclave papal. Tras los majestuosos muros del Vaticano se desarrolla una tradición centenaria: la elección de un nuevo Papa. Aunque pueda parecer enigmático para muchos, este proceso es profundamente espiritual, lleno de simbolismo, oración y un fuerte compromiso para preservar la unidad de la Iglesia y la continuidad apostólica. Pero, ¿qué ocurre realmente tras las puertas cerradas de la Capilla Sixtina?

¿Qué significa la palabra «cónclave»?

El término «cónclave» deriva de la expresión latina cum clave, que significa «con llave». Este término alude a la tradición de confinar a los cardenales electores tras puertas cerradas para evitar cualquier influencia externa. Garantiza la privacidad y la solemnidad durante todo el proceso electoral. La propia palabra refleja la gravedad y confidencialidad que requiere la elección del sucesor de San Pedro.

En el año 1270, tras la muerte del Papa Clemente IV, el Colegio Cardenalicio tuvo grandes dificultades para llegar a un consenso sobre su sucesor. La prolongada vacante del trono papal, que duró casi tres años, preocupó profundamente a los fieles y a las autoridades cívicas de Viterbo, donde se celebraba la elección. En respuesta al bloqueo, las autoridades locales tomaron medidas extraordinarias: confinaron a los cardenales en sus aposentos, restringieron sus provisiones e incluso quitaron el tejado del edificio para acelerar sus deliberaciones bajo la guía del Espíritu Santo. Finalmente, estas presiones condujeron a la elección de Teobaldo Visconti, que tomó el nombre de Papa Gregorio X. Reconociendo la necesidad de un proceso más estructurado y orante, el Papa Gregorio X formalizó más tarde la práctica de encerrar a los cardenales durante las elecciones papales, un sistema que ahora se conoce como cónclave. Desde entonces, el cónclave ha seguido siendo una reunión solemne y sagrada, a la que se confía la profunda responsabilidad de discernir y elegir al Obispo de Roma bajo la inspiración del Espíritu Santo.

¿Quién puede ser elegido Papa?

Técnicamente, cualquier católico bautizado puede ser elegido Papa. Sin embargo, durante siglos ha sido costumbre elegir a un cardenal. Esto se debe a su experiencia eclesial, liderazgo espiritual y familiaridad con las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Aunque no es un requisito canónico, la elección dentro del Colegio Cardenalicio ayuda a mantener la continuidad y la preparación para la inmensa responsabilidad.

¿Quiénes son los electores?

Los electores son cardenales menores de 80 años en el momento de la muerte o renuncia del Papa. Según las normas establecidas por San Pablo VI y reafirmadas por sus sucesores, estos cardenales —que representan a la Iglesia universal— son convocados a Roma para participar en el cónclave. Cada uno aporta la voz de las Iglesias locales a las que sirven, uniéndose en discernimiento orante.

¿Dónde se celebra el Cónclave?

El cónclave se celebra en la Ciudad del Vaticano, dentro de la Capilla Sixtina, uno de los espacios artísticos y espirituales más renombrados del mundo. Antes de que comience el cónclave, se inspecciona minuciosamente la Capilla y se bloquean todos los dispositivos de comunicación para garantizar la más absoluta confidencialidad. Los cardenales residen en la Domus Sanctae Marthae durante este periodo, pero sólo se les permite desplazarse entre esta residencia y la Capilla Sixtina, bajo estricta supervisión.

El primer cónclave papal que se celebró en la Capilla Sixtina tuvo lugar en el año 1492 y culminó con la elección del cardenal Rodrigo Borgia, que asumió el nombre papal de Alejandro VI. Terminada sólo nueve años antes, la Capilla Sixtina ofrecía tanto los requisitos prácticos de aislamiento y seguridad, como un escenario de profundo significado espiritual y simbólico. Su uso para el cónclave marcó el inicio de una tradición que continúa hasta nuestros días. El arte sacro que adorna sus paredes, en particular la representación del Juicio Final de Miguel Ángel sobre el altar, sirve de poderoso recordatorio visual a los cardenales electores de la solemnidad de su tarea y de su responsabilidad ante Dios. Desde entonces, la Capilla Sixtina sigue siendo el escenario principal y más venerado para la elección del Romano Pontífice.

¿Qué ocurre antes de la elección?

Antes de que comience la votación, los cardenales se reúnen para celebrar una misa especial, Pro Eligendo Romano Pontifice («Por la elección del Romano Pontífice»), en la que invocan la guía del Espíritu Santo. A continuación, se dirigen a la Capilla Sixtina, donde prestan solemne juramento de secreto y fidelidad. Una vez cerradas las puertas, el mundo exterior debe esperar. Se pronuncia la famosa frase Extra omnes! («¡Todos fuera!») y comienzan las deliberaciones.

¿Cómo se realiza la votación?

La votación se lleva a cabo con extremo cuidado y precisión ritual. Cada cardenal escribe el nombre del candidato elegido en una papeleta, la dobla y se acerca al altar para depositar su voto. Jura que su elección ha sido libre y en oración. A continuación, los escrutadores designados cuentan las papeletas y las leen en voz alta.

Para ser elegido, un candidato debe obtener una mayoría de dos tercios. Si nadie alcanza este umbral, el proceso continúa con un máximo de cuatro votaciones al día: dos por la mañana y dos por la tarde. Las papeletas se queman después de cada votación. Se añaden sustancias químicas al humo para crear humo negro (fumata nera) cuando no se ha elegido a ningún Papa, y humo blanco (fumata bianca) cuando se ha elegido a un nuevo Papa.

Históricamente, sin embargo, la distinción entre los dos humos no siempre ha sido clara, ya que a veces parecía gris o incluso adquiría un tono ambiguo. Un ejemplo notable ocurrió durante el cónclave de 1958, cuando el humo inicialmente parecía blanco, dando lugar a informes prematuros de una elección exitosa antes de que se hubiera dado la confirmación. Para hacer frente a esta confusión, a partir del cónclave de 2005 el Vaticano adoptó un método más preciso empleando compuestos químicos específicos para garantizar una diferenciación de color inconfundible. El humo blanco se produce ahora utilizando una combinación de clorato potásico, lactosa y colofonia de pino, mientras que el humo negro se genera a partir de brea, azufre y perclorato potásico. Además de esta señal visual, se introdujo el tañido de las campanas de la Basílica de San Pedro como confirmación audible de la elección, garantizando así que los fieles reunidos en la plaza —y los de todo el mundo— recibieran un anuncio claro y gozoso: Habemus Papam.

¿Qué ocurre cuando se elige a un Papa?

Una vez que un cardenal recibe la mayoría requerida y acepta su elección, se le hacen dos preguntas cruciales: si acepta la elección canónica y con qué nombre desea ser conocido. Al aceptar, se convierte inmediatamente en Papa, Obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.

A continuación, se le viste con las vestiduras papales preparadas en tres tallas en la Sala de las Lágrimas, llamada así porque muchos papas se han conmovido visiblemente al darse cuenta de la magnitud de su nueva misión. Tras un breve momento con los cardenales electores, se dirige al balcón de la basílica de San Pedro.

Allí, el cardenal diácono mayor anuncia: «Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam! —«¡Os anuncio una gran alegría: tenemos Papa!»—. El nuevo Papa imparte entonces su primera bendición apostólica, Urbi et Orbi: «A la ciudad y al mundo».

Curiosidades y anécdotas

Los cónclaves son ricos en tradiciones y han inspirado numerosas historias a lo largo de los siglos. He aquí algunas curiosidades y anécdotas a lo largo de la historia:

  • El cónclave papal más largo de la historia de la Iglesia tuvo lugar en la ciudad de Viterbo y duró desde noviembre de 1268 hasta el 1 de septiembre de 1271, es decir, 1.006 días. Las prolongadas deliberaciones, marcadas por profundas divisiones entre los cardenales electores, provocaron una considerable frustración entre los fieles y la población local. La tensión creció hasta el punto de que, según los relatos históricos, el pueblo empezó a expresar su impaciencia lanzando piedras contra el palacio episcopal donde estaban reunidos los cardenales. Ante tal presión y reconociendo la urgente necesidad de unidad y liderazgo, los cardenales se decantaron finalmente por un candidato que ni siquiera estaba presente en el cónclave: Teobaldo Visconti, un respetado archidiácono que en ese momento estaba sirviendo en una cruzada en Acre, en Tierra Santa. A su regreso, aceptó humildemente la llamada y fue consagrado Papa Gregorio X, instituyendo más tarde reformas clave en el proceso de elección para evitar vacantes tan prolongadas en el futuro.
  • El cónclave más breve del que se tiene constancia tuvo lugar en 1503, con la rápida elección del cardenal Giuliano della Rovere, que se convirtió en el Papa Julio II. La elección se produjo pocas horas después de la muerte de su predecesor, el Papa Pío III. Julio II, una figura prominente e influyente dentro del Colegio Cardenalicio, llevaba mucho tiempo preparándose para el papado y contaba con el apoyo y los recursos necesarios para asegurar una decisión rápida y unificada por parte de los electores. Su pontificado dejaría una huella duradera en la Iglesia y en el mundo del arte sacro. Una de sus contribuciones más duraderas fue el encargo a Miguel Ángel de pintar el techo de la Capilla Sixtina, una obra maestra que sigue inspirando admiración y devoción. De este modo, incluso un cónclave que concluyó rápidamente desempeñó un papel en el desarrollo del rico patrimonio artístico y espiritual de la Iglesia.
  • También hay historias de nombres papales elegidos para honrar a predecesores o transmitir mensajes espirituales. Cuando el cardenal Albino Luciani fue elegido en 1978, eligió el nombre de Juan Pablo I, en homenaje a sus dos predecesores inmediatos. Su sucesor, Juan Pablo II, continuó ese homenaje.
  • Los zapatos papales, tradicionalmente rojos, simbolizan el martirio y la voluntad del Papa de seguir el camino de Cristo. Cada nuevo Papa puede elegir llevarlos o no, reflejando su estilo personal y su énfasis simbólico.
  • Tras la elección de un nuevo Papa, una de las tareas inmediatas es que se presente ante los fieles con el tradicional atuendo papal blanco. Para prepararlo, el Vaticano dispone de una sala conocida como la Sala de las Lágrimas, donde se entregan al nuevo pontífice tres tallas diferentes de sotanas blancas para garantizar un ajuste adecuado. El nombre de esta sala refleja el profundo significado emocional del momento, así como el peso de la responsabilidad que asume el nuevo Papa. La presión de ponerse rápidamente las vestiduras papales puede ser abrumadora, tanto física como espiritualmente. Un ejemplo notable de ello ocurrió en 2005, cuando el cardenal Joseph Ratzinger, elegido Papa Benedicto XVI, se encontró con que la sotana que le habían preparado le quedaba un poco grande, lo que le hizo parecer abrumado por su nuevo cargo. Además, hay una divertida anécdota histórica de 1846, cuando el Papa Pío IX apareció accidentalmente en el balcón para saludar a las multitudes cuando aún llevaba puestas sus zapatillas, tras haber olvidado cambiarse los zapatos de cámara. Este momento desenfadado sirve para recordar que, incluso en medio de una ocasión tan monumental, el aspecto humano del papado nunca está ausente.
  • Tras su elección, el nuevo Papa elige un nombre regio, una tradición que se remonta al siglo VI con el Papa Juan II. Su decisión de adoptar un nombre papal estuvo motivada por el deseo de distanciarse de su nombre de nacimiento, Mercurius, que compartía su origen con una deidad romana, una asociación que no se ajustaba a los principios cristianos. La elección de un nombre papal refleja a menudo las prioridades y la visión del nuevo pontífice. Por ejemplo, el Papa Francisco eligió su nombre en honor de San Francisco de Asís, lo que indica un renovado énfasis en la humildad, la sencillez y el cuidado de los pobres, valores que han conformado su papado. Algunos nombres, como Pío y León, se han utilizado numerosas veces a lo largo de la historia, mientras que otros, como Francisco, se eligen por primera vez. Un hecho interesante es que nunca ha habido un Papa Pedro II, una decisión tomada por profundo respeto a San Pedro, el primer Papa. Varios pontífices incluso han declarado explícitamente que nunca se debería adoptar este nombre, en honor al papel singular y fundacional de San Pedro en la historia de la Iglesia.
  • En la actualidad, los cardenales que participan en un cónclave papal se alojan en la Domus Sanctae Marthae, una moderna casa de huéspedes del Vaticano. Sin embargo, en siglos pasados, las condiciones durante un cónclave eran mucho más austeras. Los cardenales solían estar confinados en monasterios, donde tenían que hacer frente a unas provisiones mínimas, una higiene inadecuada y unos servicios higiénicos rudimentarios. En el cónclave de 1314, los cardenales podían dormir en sus propias celdas, pero debían reunirse para votar cada mañana. Durante este periodo, se dice que un cardenal fingió estar enfermo durante semanas, tratando de evitar asistir a las sesiones diarias y romper un potencial empate en la elección. Un siglo más tarde, en 1830, el cónclave se retrasó debido a la enfermedad de varios cardenales ancianos, víctimas del gélido clima. En respuesta, el Vaticano tomó medidas para hacer frente a la situación, proporcionando mantas y sopa adicionales para garantizar el bienestar de los cardenales.
  • A pesar de los solemnes rituales y tradiciones, los cónclaves papales son, en el fondo, acontecimientos profundamente humanos. A menudo se forman facciones entre los cardenales, se organizan campañas y las negociaciones entre bastidores son un aspecto habitual del proceso. Se dice que, en el siglo XX, dos Papas —Juan Pablo II y Francisco— fueron elegidos como «candidatos de compromiso» después de que los principales contendientes no obtuvieran suficientes votos para ganar la elección. A veces se producen resultados inesperados. En un memorable cónclave del siglo XVII, un cardenal que se había ido a la cama como candidato con muchas posibilidades se despertó y resultó elegido Papa Inocencio XI, un ejemplo notable de lo que podría llamarse una sorpresa divina. En el cónclave de 1903, el cardenal Giuseppe Sarto, que más tarde se convertiría en el Papa Pío X, se sintió abrumado por la emoción cuando se dio cuenta de que era uno de los principales candidatos. «Soy indigno», exclamó. A esto, otro cardenal respondió simplemente: «Todos lo somos», manifestando la humildad y el profundo sentimiento de indignidad que suele acompañar a la elección del sucesor de San Pedro.
  • Una de las elecciones papales más inusuales de la historia tuvo lugar en el siglo III, tras el breve reinado del Papa Antero. Según Eusebio de Cesarea, historiador del siglo IV, Fabián —un noble romano que había llegado a la ciudad desde el campo— ni siquiera era candidato al papado. De hecho, como señala Eusebio, «no estaba en la mente de ninguno». Sin embargo, durante las deliberaciones, que duraron trece días e incluyeron los nombres de varios clérigos prominentes y nobles, se produjo un acontecimiento extraordinario: una paloma descendió de repente y se posó sobre la cabeza de Fabián. Para los presentes, el espectáculo evocó la imagen bíblica del Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en su bautismo. Tomándolo como un signo divino, los electores proclamaron inmediatamente a Fabián obispo de Roma por aclamación.
  • Hoy en día, los cónclaves papales suelen ser rápidos: desde principios del siglo XX, ninguno ha durado más de cinco días. De hecho, el cónclave de 1939 que eligió a Eugenio Pacelli como Papa Pío XII terminó en un tiempo récord: fue elegido el primer día, después de sólo tres votaciones, apenas unos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero las cosas no siempre fueron tan eficientes. En el siglo XVII, el cónclave medio duró 39 días. Y el siglo XVIII estableció un nuevo estándar de lentitud: las nueve elecciones papales de esa época duraron una media de 94 días. ¿El récord histórico? La friolera de 181 días en 1740, cuando los cardenales finalmente eligieron a Próspero Lambertini, que se convirtió en el Papa Benedicto XIV.
  • Al final de la Edad Media, la Iglesia latina vivió una época de agitación interna conocida como el Papado de Aviñón, cuando los papas residían en el sur de Francia en lugar de en Roma. Fue durante este complejo periodo cuando surgieron varias historias notables e incluso conmovedoras de los cónclaves y los hombres que eligieron. Una de ellas fue la elección del Papa Benedicto XII en 1334. La Iglesia aún estaba sorteando las primeras tensiones que acabarían desembocando en el Cisma de Occidente, y el Colegio Cardenalicio buscaba un digno sucesor del Papa Juan XXII: un pastor fiel, un teólogo consumado y un hábil mediador en los numerosos conflictos que preocupaban a la Europa de la época. Encontraron a su candidato en Jacques Fournier, un humilde monje cisterciense de modestos orígenes. Hijo de un panadero, Fournier había estudiado teología y ascendido en la vida monástica hasta convertirse en abad. Su hábito blanco le valió el apodo de «el Cardenal Blanco» cuando fue elevado al Colegio Cardenalicio. Para su propia sorpresa, el cónclave le eligió como próximo Papa. Al parecer, Fournier, sintiéndose indigno del cargo, exclamó a los demás cardenales al conocer la noticia: «¡Habéis elegido a un burro!». A pesar de su reacción, aceptó la llamada y tomó el nombre de Benedicto XII, sirviendo a la Iglesia con la sabiduría y humildad que habían marcado toda su vida.

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El cónclave no es un mero proceso de votaciones. Es un acto solemne de discernimiento y comunión. Cada vez que se convoca, conecta a la Iglesia con sus raíces apostólicas y la prepara para afrontar el futuro bajo un nuevo liderazgo.

El legado de cada cónclave se mide no sólo por quién es elegido, sino por la fidelidad con la que se ha llevado a cabo el proceso: con reverencia, humildad y confianza en el Espíritu Santo. Para los católicos de todo el mundo, es una invitación a rezar, a tener esperanza y a celebrar la unidad de la Iglesia bajo su nuevo pastor.