
Capítulo 18 – San Antonio, Doctor Evangélico
Por siglos, san Antonio de Padua fue venerado con profunda devoción por el pueblo cristiano. Su santidad era indiscutida. Sus milagros, numerosos. Su cercanía con los pobres y su capacidad de consolar al afligido lo convirtieron en uno de los santos más amados del mundo. Pero hubo un aspecto que también marcó hondamente su figura: su sabiduría teológica y su don para proclamar el Evangelio.
Este rasgo, que a menudo quedó eclipsado por la fuerza de su devoción popular, fue finalmente reconocido oficialmente por la Iglesia en el siglo XX.
La proclamación como Doctor de la Iglesia
El 16 de enero de 1946, el papa Pío XII proclamó a san Antonio de Padua Doctor de la Iglesia universal, con el título de Doctor Evangelicus, es decir, “Doctor Evangélico”. Con ello, la Iglesia reconocía el inmenso valor doctrinal, exegético y espiritual de sus escritos, especialmente sus sermones.
Este título no se otorga a muchos: solo un reducido número de santos han recibido tal distinción, y todos ellos son considerados pilares del pensamiento y la espiritualidad cristiana. Con este gesto, la Iglesia confirmó que san Antonio no solo fue un taumaturgo popular, sino también un profundo pensador y maestro espiritual.
El legado de sus sermones
Aunque no se conserva una obra sistemática de san Antonio como las de otros doctores, su pensamiento quedó plasmado especialmente en sus Sermones para los domingos y fiestas del año, escritos originalmente en latín y destinados a los frailes franciscanos como guía de predicación.
Estos sermones no eran simples exposiciones morales. Eran verdaderos tesoros de exégesis bíblica, teología espiritual y sabiduría pastoral. En ellos se observa:
Una profunda familiaridad con la Sagrada Escritura. Antonio conocía la Biblia de memoria y la citaba con precisión y belleza.
Una fuerte inspiración en los Padres de la Iglesia, especialmente Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno.
Una teología centrada en Cristo, pobre, humilde, redentor.
Una preocupación constante por la conversión del corazón y la vida según el Evangelio.
Antonio tenía una capacidad extraordinaria para hacer dialogar el mensaje evangélico con la vida concreta de las personas. Utilizaba imágenes poéticas, metáforas naturales y referencias a la vida cotidiana que tocaban el alma del oyente. Su lenguaje era tanto profundo como accesible, lo que hacía que pudiera llegar tanto a los sabios como a los sencillos.
Temas clave de su enseñanza
Entre los temas más recurrentes en sus enseñanzas, destacan:
El llamado a la conversión interior: Antonio insistía en que la verdadera penitencia comienza en el corazón, no en las apariencias.
La lucha contra la avaricia, la hipocresía y la injusticia social: denunciaba sin miedo los abusos de los poderosos y el olvido de los pobres.
La humildad de Cristo como modelo de vida: proponía al Señor pobre y crucificado como camino de salvación.
El papel central del amor: para él, amar a Dios y al prójimo era la clave de la vida cristiana.
La maternidad espiritual de María: la Virgen ocupaba un lugar especial en su predicación, como modelo de fe y receptividad.
Una sabiduría al servicio de la caridad
Lo más notable de la doctrina de san Antonio es que su saber no era vanidoso ni académico, sino enteramente orientado a la salvación de las almas. Sus conocimientos no eran para el prestigio personal, sino para tocar los corazones, iluminar las conciencias y llevar a los fieles al encuentro con Cristo.
Su estilo no era frío ni especulativo, sino caliente de caridad, impregnado de pasión evangélica. En sus palabras se percibe el alma de un contemplativo, el celo de un profeta y la ternura de un padre espiritual.
Un Doctor actual
Aunque vivió en el siglo XIII, san Antonio tiene mucho que decir al mundo actual. Su amor a la Escritura, su pasión por la verdad, su compromiso con la justicia y su ternura hacia los pequeños son luces que siguen brillando en tiempos de incertidumbre espiritual y desorientación moral.
Más allá de los milagros y la tradición devocional, el título de Doctor de la Iglesia lo presenta como guía seguro en la fe, maestro de sabiduría cristiana y testigo de la Verdad que libera.
San Antonio no solo curó cuerpos ni encontró objetos perdidos. También rescató almas, iluminó mentes, movió corazones con el fuego del Evangelio. Fue taumaturgo, sí. Fue santo del pueblo, sin duda. Pero también fue y sigue siendo un doctor del alma, un sabio humilde que nos enseña a amar con inteligencia y a pensar con el corazón.