
San Antonio de Padua ingresó muy joven en la orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, entrando a los quince años en el Monasterio de Santa Cruz de Coímbra. Recibió de estos religiosos una excelente formación bíblica y espiritual. Allí permaneció ocho años y fue ordenado sacerdote. Diez años después, ingresó en los Frailes Menores Franciscanos.
Cuentan los biógrafos que un día pidieron hospedaje en el Monasterio de Santa Cruz de Coímbra cinco religiosos franciscanos que se encaminaban a Marruecos para predicar el evangelio.
El encuentro con aquellos frailes pobres y humildes impactó en el corazón de San Antonio de Padua.
La pobreza de estos hijos de San Francisco contrastaba con la grandiosidad y riqueza del Monasterio en que él residía. Por eso, nada tiene de extraño que comenzara a sentir simpatía por ellos.
Pero el choque definitivo se produjo cuando algunos meses más tarde, esos mismos franciscanos fueron traídos desde Marruecos al Monasterio para ser enterrados, después de haber padecido el martirio por predicar el evangelio a los musulmanes.
Ante ese suceso, San Antonio de Padua tomó la decisión de ingresar en la Orden Franciscana con la ilusión de predicar el evangelio y dar la vida por Cristo. Admitido en la Orden de San Francisco, obtuvo enseguida el permiso para ir a tierra de infieles.
San Antonio de Padua fue misionero en Marruecos entre finales del otoño de 1220 y marzo de 1221. Sabemos es que estuvo en Marruecos, y que pasó gravemente enfermo todo el invierno, de noviembre de 1220 a febrero de 1221; esto le obligó a regresar sin haber alcanzado el deseado martirio.


