Usted está aquí

¿Quién será el próximo Papa?

Quién será el próximo Papa?

¿Quién tiene más opciones de ser elegido sucesor de Bergoglio? ¿Quiénes son los cardenales con posibilidades reales?

El prestigioso e informado vaticanista Sandro Magister, nos cuenta hoy en un artículo de su blog, Settimo Cielo, las posibilidades actuales ante un inminente cónclave.

Magister hace un repaso de cada uno de los cardenales que, a su juicio, poseen las cualidades que podrían acarrearles más votos si se celebrara un cónclave a corto plazo.

Marc Ouellet y Christoph Schönborn

Dos de los seis candidatos ya estaban en liza en los cónclaves anteriores.

Marc Ouellet, 75 años, canadiense, prefecto de la congregación para los obispos, fue uno de los más votados en los dos primeros escrutinios del cónclave de 2013, antes de ser superado por Bergoglio. Hoy tiene fama de fidelidad al papa reinante, pero también de defensor de la ortodoxia.

Christoph Schönborn, 74 años, austriaco, fue en cambio más votado por los medios de comunicación que dentro de la Capilla Sixtina. También él se ha construido durante este pontificado un perfil de hábil tejedor de acuerdos entre moderados y progresistas, sobre todo en los dos turbulentos sínodos sobre la familia.

Ambos, por lo tanto, podrían ser votados por un arco bastante transversal de los cardenales electores.

Sin embargo, tanto el uno como el otro parecen estar lejos de poder recoger el elevado consenso -los dos tercios de los votos- necesario para la elección. Ambos pertenecen a una aristocracia de cardenales que han sido desplazados por el gran número, mayoritario, de los que han recibido la púrpura de manos del papa Francisco, en gran parte hombres de la periferia, desconocidos, de formación modesta y de escasa experiencia en diócesis de segundo nivel, más fácilmente influenciables por las pequeñas y aguerridas lobbies que por los elevados discursos de los cardenales de una generación pasada, incluso de algunos alumnos poco fieles, como el joven Schönborn, de Joseph Ratzinger cuando era profesor de teología.

Robert Sarah

Más claro, en cambio, es el perfil del cardenal Robert Sarah, 74 años, de Guinea y prefecto desde 2014 de la congregación para el culto divino. Con él la historia de la Iglesia tiene al primer verdadero candidato procedente del África negra.

Su biografía es de todo respeto. Indómito testigo de la fe católica bajo el sanguinario régimen marxista de Sekou Touré, no fue ajusticiado gracias a la muerte repentina del tirano en 1984. Creció en la sabana africana, pero estudió en Francia y Jerusalén. Fue ordenado obispo con solo 33 años por Pablo VI; Juan Pablo II lo llamó a Roma, donde lo mantuvo Benedicto XVI, con el que el acuerdo sigue siendo hoy en día total.

Han sido tres libros, traducidos en diversos idiomas, los que han dado a conocer a Sarah al mundo: “Dios o nada”, de 2015;  “La fuerza del silencio”, de 2017 y  “Si hace tarde y anochece”, de 2019. Hay un abismo entre su visión de la misión de la Iglesia y la del papa jesuita, tanto en los contenidos como en el estilo. Para Sarah, como para Ratzinger, la prioridad absoluta es llevar a Dios al corazón de la civilización, sobre todo donde su presencia haya sido mayormente ofuscada.

Para los opositores del papa Francisco, en nombre de la gran tradición de la Iglesia Sarah es el candidato ideal. Pero en un colegio cardenalicio donde la mitad de los nombramientos son de Bergoglio, es impensable que se acerque a los dos tercios de los votos necesarios para la elección. Obtendría como mucho un par de decenas de votos en el primer escrutinio, de carácter demostrativo.

Pietro Parolin

En cambio, la candidatura del cardenal Pietro Parolin, 64 años, italiano de la diócesis de Vicenza, secretario de Estado desde 2013, no es simbólica sino real.

Hay que remontarse al cónclave de 1963 para encontrar elegido como papa, con Pablo VI, a un eclesiástico crecido en el corazón de la curia vaticana y con reconocida capacidad de gobierno, después de un pontificado, el de Juan XXIII, que había puesto en marcha un concilio que estaba, entonces, en plena tempestad y que aún no había producido un solo documento. Pablo VI tuvo éxito en la empresa, aunque acabó inmerecidamente en el libro negro de los acusados de traicionar las revoluciones.

Hoy, la empresa que un cierto número de cardenales confiaría a Parolin sería la de devolver a su rumbo la nave de la Iglesia, actualmente en medio de la tempestad creada por el papa Francisco, corrigiendo sus derivas sin traicionar el espíritu. En él algunos ven aunados el temple del diplomático y el perfil del pastor, como el propio Parolin intenta demostrar alternando la tarea de secretario de Estado con la del pastor que cura la almas, en una agenda impresionante llena de misas, homilías, conferencia, viajes, visitas y encuentros.

Sin embargo, hay que decir que desde hace por lo menos un año los consensos sobre una candidatura de Parolin no sólo no aumentan, sino que disminuyen. Como prueba de los hechos, su capacidad de contener y equilibrar el estado de confusión introducido en la Iglesia por el pontificado de Francisco es juzgada demasiado modesta. Y también como diplomático se le reconocen más fracasos que éxitos. China juega contra él, como una apuesta perdida.

Luis Antonio Tagle

Suben, en cambio, las posibilidades del cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, filipino de madre china y con estudios de teología e historia de la Iglesia en Estados Unidos.

Tagle es el delfín del papa Francisco, el sucesor que él lleva “in pectore”. Al llamarle para presidir “Propaganda Fide”, le ha confiado el gobierno de parte de América Latina, de casi toda África, de casi toda Asia excluidas las Filipinas, y de Oceanía con excepción de Australia; es decir, precisamente de esa inmensa periferia que tanto ama Bergoglio.

Ya anteriormente Francisco había dado pasos para reforzar el perfil internacional de este pupilo suyo. Le nombró presidente del sínodo sobre la familia. Y en abril de 2016, apenas publicada la exhortación “Amoris laetitia” con la que el papa daba el vía libre a los divorciados que se han vuelto a casar, Tagle fue el primer obispo del mundo en dar la interpretación más extensiva.

A quien objetó que el magisterio líquido del papa Francisco hacía surgir más dudas que certezas, su repuesta fue que “es bueno estar confundidos de vez en cuando, porque si las cosas están siempre claras ya no sería la vida verdadera”.

Acerca del recorrido de la Iglesia en los tiempos actuales, Tagle tiene sin embargo, una idea clarísima: con el Concilio Vaticano II la Iglesia ha roto con el pasado y ha marcado un nuevo inicio. Es la tesis historiográfica de la llamada “escuela de Bolonia”, fundada por don Giuseppe Dossetti y hoy guiada por el profesor Alberto Melloni y de la que Tagle forma parte. De hecho, firmó uno de los capítulos clave de la historia del Concilio más leída del mundo -la realizada, de hecho, por la “escuela de Bolonia”- a saber: el capítulo sobre la “semana negra” del otoño de 1964. Una interpretación que está en las antípodas de la interpretación que del mismo Concilio dio Benedicto XVI que, magnánimo, le hizo cardenal en 2012.

Cuando concluyó el sínodo para los jóvenes, en 2018, Tagle fue el primer elegido para Asia en el consejo preparatorio del sínodo sucesivo, señal del amplio consenso que recogía. Francisco, además, le confió la relación de introducción en la cumbre de los abusos sexuales que tuvo lugar en el Vaticano en enero de este año, otro evento de resonancia mundial.

Sin embargo, no se puede dar en absoluto por descontado que Tagle sea elegido papa. Demasiado cercano a Bergoglio para no acabar triturado por la irritación que ha causado este pontificado, y que será claramente evidente en un futuro cónclave. Además, está el obstáculo de la edad: Tagle tiene 62 años y, por tanto, podría reinar durante mucho tiempo, demasiado para que nadie ose apostar por él.

Matteo Zuppi

También Matteo Zuppi fue elegido en el consejo post-sinodal de 2018. Signo de un perfil internacional consolidado, a pesar de que era obispo de Bolonia desde hacía sólo tres años y aún no había recibido la púrpura cardenalicia, que le llegó el 5 de octubre de este año.

Hace tiempo que un aspecto principal de su biografía le ha dado notoriedad y prestigio. No tanto ser el bisnieto de un cardenal, Carlo Confalonieri (1893-1986), que fue secretario del papa Pío XI, como ser el cofundador de la Comunidad de Sant’Egidio, indiscutiblemente el lobby católico más poderoso, influyente y omnipresente a nivel mundial de los últimos decenios.

Como asistente eclesiástico general de la Comunidad de Sant’Egidio y párroco hasta 2010 de la basílica romana de Santa María “in Trastevere”, además de obispo auxiliar de Roma desde 2010, Zuppi ha estado en el centro de una red incomparable de personas y eventos a escala planetaria, tanto religiosa como geopolítica: desde los acuerdos de paz en Mozambique de los años 1990-1992 al actual apoyo al acuerdo secreto entre la Santa Sede y China; desde los encuentros interreligiosos de Asís a los “pasillos humanitarios” para los inmigrantes que llegan a Europa procedentes de África y Asia.

Con gran habilidad, la Comunidad de Sant’Egidio también ha sabido adaptarse perfectamente a las líneas de gobierno de cada uno de los últimos pontífices, desde Juan Pablo II a Benedicto XVI y Francisco. Pero ha sido con este último con el que ha alcanzado el apogeo, con Vincenzo Paglia guiando los institutos vaticanos para la vida y la familia, Matteo Bruni la sala de prensa y, sobre todo, con el cardenal Zuppi como arzobispo de Bolonia y camino de convertirse en el presidente de la conferencia episcopal italiana.

De aquí a su elección como papa el proceder no está garantizado, pero forma parte del orden de las cosas. Sobre todo con un colegio de cardenales electores desordenado, de opiniones inciertas y fácilmente influenciable por mano de un lobby, ya no cardenalicio como era la legendaria “mafia” de San Galo que propició la elección de Bergoglio, sino seguramente más influyente y determinante y que lleva el nombre de Comunidad de Sant’Egidio.

Puede leer el artículo completo pinchando aquí