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‘San Antonio con el Niño’

‘San Antonio con el Niño’ de Murillo

Es un murillo bien documentado —aparece en los catálogos de Diego Angulo (1981) y Enrique Valdivieso (2010)— aunque resulta desconocido para muchos sevillanos por pertenecer a una colección privada. Se trata de ‘San Antonio con el Niño’.

“Es una obra que desde se pintó ha permanecido siempre en Sevilla. Es el único murillo que siendo de propiedad privada nunca ha abandonado la ciudad. Está catalogada desde hace muchos años”, explica el historiador Enrique Valdivieso, uno de los mayores conocedores de la obra de Murillo.

Valdivieso señala que la obra es una pintura destinada para el culto de una familia, en un oratorio, en una alcoba o una capilla particular, por lo que tiene unas dimensiones de 1,96 x 1,25 metros, más reducidas que una pintura encargada para un convento o una iglesia. «Se trata de una pintura devota que sería para un domicilio», señala.

Murillo la pintó en una etapa de “total madurez”, indica el catedrático, “en torno a 1670. La primera noticia que tenemos de ella se remonta a 1741 en un protocolo notarial en el que se señala que era propiedad de Jerónimo Ortíz de Sandoval, tercer conde de la Mejorada.

Ortíz de Sandoval la compra con el asesoramiento previo de Domingo Martínez, el mejor pintor que había entonces en Sevilla, que no fue discípulo de Murillo, pero al que conocía muy bien. De hecho, asesoró a Isabel de Farnesio en la compra de una docena de fantásticos murillos, cuando Felipe V trasladó la corte en Sevilla, y que cuelgan ahora la mayoría de ellos en el Museo del Prado”.

El conde de la Mejorada lo vendió posteriormente a particulares y así hasta la actualidad. 

La obra representa a San Antonio de Padua, al que se le tenía “una gran devoción” en la época de Murillo, con el Niño, por lo que durante su vida recibió numerosos encargos de pinturas con este tema, señala el catedrático de la Hispalense, tanto para conventos e iglesias, como para el culto de particulares.

El resultado es un lienzo que, mantiene Valdivieso, es “propio del espíritu de Murillo, que presenta una escena amable e íntima entre el santo y el Niño Dios, con cariño y afectividad, en una comunión espiritual nunca vista hasta entonces en la historia de la pintura sevillana”.

Murillo realizó numerosas pinturas dedicadas a San Antonio de Padua, un santo de enorme devoción en la Sevilla del siglo XVII, por su carácter “milagrero”, explica Enrique Valdivieso.

Esta pintura es una versión reducida, destinada para estar en una capilla particular o en un oratorio familiar, de la que atesora el Museo del Hermitage de San Petersburgo.