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La calle ya no es el destino de Bibiana

«Como tenía miedo al coronavirus, la señora para la que trabajaba me dijo en marzo que no fuera más a su casa. Luego cogí el virus y una neumonía, y aunque mandaba mi currículum no me salía ningún trabajo. No tenía papeles ni conocidos que me pudieran ayudar». Esta era la situación de Bibiana hace apenas unos meses. Llegó de Colombia hace justo un año en situación irregular, huyendo de su país por una grave situación que le impide volver. Su destino natural hace unos días era la calle, pero se ha podido salvar gracias al proyecto No Second Night, un modelo pionero de colaboración entre el Ayuntamiento de Madrid y la Fundación Luz Casanova, impulsada por las Apostólicas del Corazón de Jesús.

La iniciativa nació en el mes de junio «como una respuesta rápida a la emergencia que estaba planteando la pandemia», explica Julia Almansa, directora de la fundación. «Nos estábamos encontrando con mujeres que nunca antes habían vivido una situación de calle, pero que entonces era una posibilidad real para sus vidas. Al haber perdido el empleo y la vivienda, queríamos dar una respuesta enseguida para que no entraran en la espiral del sinhogarismo, de la que es difícil salir».

Es lo que le pasó a Bibiana. Cuando se le acabó el poco dinero que tenía contactó a través del Samur Social con Luz Casanova y pudo entrar a vivir a una pensión y recibir ayuda para la alimentación, además de beneficiarse de los recursos para la inclusión que ofrece la entidad. Hasta el mes de octubre, el proyecto fue financiado en su totalidad por el Consistorio madrileño; desde entonces, el Ayuntamiento cubre el alojamiento y es la Fundación Luz Casanova la que utiliza sus propios fondos para llevar a cabo el acompañamiento, la relación con los servicios sociales y el proceso de búsqueda de empleo.

Con este trabajo conjunto «hemos logrado reducir mucho el tiempo de calle, como mucho uno o dos días, un tiempo muy destacable si tenemos en cuenta el rigor de la pandemia», explica Almansa. Además de ser un programa de emergencia, «también es preventivo», pues busca «evitar una situación de exclusión más severa». «No solo queremos resolver un problema puntual, sino evitar una situación de sinhogarismo que se pueda hacer crónica», asevera, para detallar que «con No Second Night buscamos que ninguna mujer tenga que pasar una segunda noche en la calle; de hecho, algunas, como Bibiana, ni siquiera tienen que pasar por esa situación». 

Víctimas del paro y la violencia

La mayoría de las 52 mujeres que hasta la fecha se han incorporado al proyecto se vieron en dificultades al principio de la pandemia al perder su fuente de ingresos. Muchas cuidaban de personas mayores o trabajaban limpiando casas, siempre en situación irregular. Otras venían de situaciones de violencia intrafamiliar que el confinamiento agravó haciendo imposible la convivencia. Y hasta hay algunas que para salir adelante sufrieron abuso sexual por parte de caseros o empleadores.

Julia Almansa aporta el dato de que un 6 % de ellas vivían bajo amenazas en la vivienda en la que se encontraban en aquel momento, y destaca que casi todas han vivido situaciones de violencia en algún aspecto, tanto de pareja como sexual, antes y durante el confinamiento, en proporciones mucho más altas que las que hay entre la población general. «Llegan aquí con un sufrimiento muy grande», constata.

En cifras

  • 88 % de las mujeres nunca habían estado en una red de personas sin hogar
  • 41 años es la media de edad, aunque una de cada cinco tiene menos de 18 años
  • 38 % son españolas. El resto proceden sobre todo de Iberoamérica
  • 62 % son solteras sin cargas familiares

Cuidar a quienes nos cuidan

Para Almansa, la pandemia ha destapado «la fragilidad que padece el trabajo en el sector de los cuidados. No estamos cuidando a quienes cuidan de nuestros ancianos, de nuestros niños y de nuestros hogares. Son personas muy vulnerables que en situaciones de crisis sufren un gran golpe».

Gracias a la iniciativa, no solo se cubren las necesidades básicas de alojamiento y manutención, sino que se trabaja en el acompañamiento integral de estas mujeres en lo social, jurídico, sanitario, laboral y económico. Es un proceso en el que intervienen educadoras, trabajadoras sociales y psicólogas que ya ha dado su fruto: cuando llegaron al proyecto, el 78 % de estas mujeres estaban en paro y no tenían ningún ingreso; a día de hoy, el 54 % ya tienen ingresos propios para afrontar su vida.

Cuatro de cada diez ya ha hecho la transición hacia una vida autónoma, «aunque hay mujeres que por su situación necesitan más tiempo y un acompañamiento más largo», explica Julia Almansa.

Si cuando llegan presentan «mucho desconcierto y agobio», en las evaluaciones que hacen del programa valoran «muy positivamente» el trabajo realizado con ellas. «Se sienten muy apoyadas y atendidas», concluye Almansa.

Es el caso de Bibiana, que después de varios meses afirma: «Ahora tengo esperanza. Todos los días le pido a Dios que me dé fuerza. Sé que todo esto va a pasar y encontraré un trabajo para ayudar a mi familia».