Si el bondadoso rey Saadi concedía a sus vasallos riquezas, joyas, tierras, ganado, ¿por qué evitaba atender una petición tan sencilla, que le hacía su propia hija?

Inmensa estaba en esos pensamientos, cuando oye un estrépito de cabalgaduras y de gente hablando en voz alta. ¿Qué hacía aquella comitiva en un barrio

de pastores alejado del centro de la ciudad?

“Majestad, tan pronto como supe que veníais, me arrodillé ante la imagen de la Virgen y le supliqué que tuviera pena de mí, porque únicamente tenía un poco de pan de cebada para ofreceros”

He aquí un hermoso símbolo del alma que deposita su confianza en Dios, para recordarlo durante el período pascual que celebramos con la Santa Iglesia.