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Tiempo para el optimismo

Escritor

Muchas de las cosas que hicimos, de las decisiones que adoptamos, nos desagradan, observadas desde nuestras actuales opiniones. Pensamos que podíamos haberlo hecho mejor. Nos parece que ya es demasiado tarde para remediar nuestros errores y esa pulsión nos causa un intenso y agudo dolor. Parte importante de nuestra vida ha trascurrido sin que aprovecháramos nuestras oportunidades. El tiempo se nos escapó de entre los dedos, como si fuera un chorro de agua, algo imposible de asir.

Normalmente, la palabra es el medio para expresar nuestros sentimientos, Pero cuando éstos brotan del alma, el lenguaje se aparta de nosotros y se convierte en protagonista de la narración, que creíamos nos pertenecía. Independiente, la narración se aleja de lo material y pasa a integrarse en un universo onírico y sutil. Extraño e inaprensible. La causa de la crisis es varia y compleja, el reencuentro con los valores perdidos es una tabla salvadora para el espíritu. Pero si pretendemos contrastar esos valores con el universo que nos rodea, nos veremos obligados a escuchar, de quienes nos rodean, un adjetivo extraño para mí: “Sus pensamientos son “viejunos”, sus creencias pasadas de moda. Ya no existen valores. La vida se construye uniendo diversas aprehensiones con las que nos encontramos cotidianamente”.

Trascendencia

Hace 80.000 años, un grupo de emigrantes, que recorrían el río Nilo, de sur a norte, tuvo un percance inesperado. Como consecuencia del accidente murió un joven miembro de la expedición. Sus acompañantes le enterraron con su rostro orientado hacia el Este. Le dejaron sentado, presto para iniciar el regreso a su nueva vida.

En ese momento, aquellos antepasados de nuestra especie, demostraron tener desarrollado su concepto de trascendencia. Habían enterrado a su ser querido, con la vista dirigida hacia la salida del sol, como si quisieran evitar que el despertar a su nueva existencia le cogiese desprevenido. Estaban convencidos de que los seres humanos se reencontrarían, tarde o temprano, integrados en una nueva esencia.

La comunicación

Actualmente los sistemas de intercomunicación se han desarrollado tanto que resulta complicado buscar un momento en el que sea posible librarse de su presencia. Pasamos el día conversando. Transitamos por nuestra vida expresando nuestras opiniones. Sin embargo, tengo la sensación de que, la mayor parte de nuestro tiempo la dedicamos a hablar con nosotros mismos. Ni escuchamos ni nos escuchan. Simplemente hablamos. Desconocemos, en la mayor parte de los casos, la forma de pensar de quienes nos rodean. Sólo deseamos que el mundo comparta nuestras “verdades” que, curiosamente, no suelen pertenecernos- Lo normal es que formen parte de viejas ideas aprendidas o de simples eslóganes repetidos-. Los procesamos y los hacemos nuestros sin detenernos a pensar en su auténtico significado. El consumidor no controla los mercados, suele ser un simple espectador de una compleja realidad que se escapa a sus impulsos y es ajena a sus decisiones.

El pasado siglo, en buena parte, fue dogmático y materialista. Las consecuencias de la Ilustración fabricaron un mundo en el que las emociones carecían de valor. Lo único importante era el dictado del cerebro. Tras nuestra apariencia abierta y receptiva, se escondía un feroz dogmatismo basado en apriorismos insignificantes. Nuestras “verdades” conformaban el mundo de lo “real”. Lo que no pertenecía a él quedaba excluido, proscrito. En el mejor de los casos lo definíamos como ocurrencia exótica.

El cristianismo

No busco ser “tolerante” sino respetuoso. La tolerancia manifiesta el gesto “comprensivo” de una persona que se siente superior respecto a un entorno que considera “inferior”. Es un acto desidioso que implica la asunción de estar en posesión de la “verdad”. En un mundo, en el que los equilibrios son volátiles por naturaleza, y la realidad se muestra poliédrica; en un universo interconectado, en el que las consecuencias, económicas y sociales, de los hechos, que acontecen en cualquier lugar del planeta, inciden en lo que sucede a nuestro alrededor, la tolerancia es un término a desterrar. Las verdades indiscutibles suelen tener “pies de barro”.

Aunque sea desde un punto de vista ético, ante la tiranía fría y distante de los mercados, reivindiquemos el valor del cristianismo. Religión que siempre ha propugnado la justicia. Cuando la pobreza se ha erigido en una plaga mundial, difícil de extirpar y de la que los gobiernos huyen, la religión sigue ofreciendo amor, respeto y dignidad hacia todos quienes compartimos el siglo.

Momento es, de que recuperemos el optimismo y defendamos la justicia en un helado páramo, donde lo único verdaderamente humano parece ser la religión. La sombra de la duda atenaza nuestro espíritu, pero el horizonte limpio sigue mostrándonos el camino.

Nos quedan tantas cosas por aprender. Allá donde fijemos nuestra vista, se abre un cosmos pleno de sorprendentes realidades, que nos asaltan con sus desconocidas circunstancias. La alegría es hija de la luz, del color, de la naturaleza y, sobre todo, de la existencia de un Ser capaz de crear un entorno tan maravilloso y variable como el mundo que habitamos.