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Simonía y nicolaitismo

Todos cuantos ambicionaban un episcopado prometían de antemano cosas indignas o injustas, o bien lo compraban sencillamente a precio de oro. Esto era tan ordinario, que solía hacerse notarialmente, sin el menor escrúpulo. Así vemos que en 1040, viviendo todavía el obispo Amiel de Albi, un tal Guillermo aspira a esta sede para cuando el obispo muera; el vizconde Bernardo accede a la petición levanta acta notarial entregándole el obispado a cambio de 5.000 sueldos de oro, “de tal forma que Guillermo lo posea durante su vida, ora reciba él la consagración episcopal, ora haga que se consagre otro en su lugar”.

De hecho, sabemos que Guillermo llegó a ser obispo de Albi. De su sucesor, Frotard, consta que pagó por el mismo obispado “quince caballos de gran precio”. En 1016 Adalgero, abad simoníaco de Conques, vendió los bienes de su monasterio para poder comprar la sede arzobispal de Narbona. De igual modo se portaban algunos reyes de Francia, como Enrique I y su hijo Felipe I.

El obispo que así entraba en la diócesis se adeudaba y, para pagar a su acreedor vendía curatos, diaconías y demás beneficios al mejor postor y exigía cantidades injustas de dinero por conferir las órdenes sagradas, administrar sacramentos, etc. Y aún, se atrevía

a vender tablas de pinturas, cruces, relicarios, cálices, patenas y otros objetos de culto. El resultado era una cadena interminable de pecados de simonía.

Nicolaitismo

La segunda consecuencia de la investidura era el nicolaitismo. Hombres que así entraban en el estado eclesiástico era imposible que tuvieran la virtud y austeridad necesarias para guardar el celibato y la continencia. Viviendo, además, encuadrados en el feudalismo de la época, participaban de casi todas las taras morales propias de los señores feudales.

De ahí lo que se ha llamado nicolaitismo (alusión a los nicolaitas mencionados en el Apocalipsis) o clerogamia. La mayor parte de los clérigos, al menos en Lombardía, Francia y Alemania vivían con su mujer y sus hijos; en lo cual no hacían sino seguir el ejemplo frecuente de sus obispos, algunos de los cuales se transmitían la diócesis en herencia de padres a hijos y nietos, formando verdaderas dinastías episcopales. En el siglo X hasta los monjes de Farfa tenían concubinas. Lo mismo consta de los canónigos de Brena y de otros de Alemania en el siglo X y XI.

La influencia de la Iglesia griega

No todo, ni mucho menos, ha de atribuirse a la inmoralidad y corrupción. Quizá influía el ejemplo de la Iglesia griega, en la cual los sacerdotes, diáconos y subdiáconos no podían, es verdad, casarse después de su ordenación, pero se les permitía, como se les permite hoy, vivir matrimonialmente con sus mujeres, si habían contraído el matrimonio

antes de recibir las órdenes sagradas. Solamente a los obispos se les exigía –y se les exige– absoluta continencia.

Compendio de Historia de la Iglesia Católica

Bernardino Llorca, S.J.