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San Antonio y la naturaleza

Ermita de Montepaolo. Aquí habító San Antonio de Padua desde la primavera de 1221 al Otoño de 1222

Los eremitorios creados por San Francisco eran humildes casas de retiro, aisladas del mundanal ruido, en la soledad de los montes, donde los frailes se dedicaban a la contemplación, al estudio y al trabajo manual. Fray Antonio fue destinado a vivir unos años en la soledad del eremitorio de Montepaolo Paulo, situado en las estribaciones de los Apeninos, frente a la llanura del Po. Allí vivían seis hermanos franciscanos según la “Regla para los eremitorios”, dictada por San Francisco en 1218, alternando la vida común con momentos largos de oración en plena soledad.

Antonio vivía en una pequeña celda, pero un día descubrió una gruta, abierta en la roca, y quedó entusiasmado. Estaba entre malezas y por una de sus grietas se contemplaba el azul del cielo. Este fue el lugar silencioso donde pasaba parte del día. La montaña, los valles, el bosque, las aves, las plantas y  los arroyos le llevaban a contemplar la grandeza del Creador. Así lo escribió en uno de sus sermones: “La obra del Señor es la creación, la cual lleva, a la que la contempla, al conocimiento de su Creador. Si tan grande es la hermosura de la criatura, ¿cuánto mejor no será la del Creador?”.

Dios está presente en la naturaleza

No es exagerado afirmar que Dios se muestra en cada cosa que existe. Está presente en la naturaleza misma. El propio Catecismo de la Iglesia Católica reconoce (n. 2418) que “todo ensañamiento con cualquier criatura atenta contra la dignidad humana”. Así de claro. Es necesario que mostremos un sano respeto hacia los vegetales y los animales, lo cual no implica no manipularlos, pero sí, intervenir en ellos, para ayudar al desarrollo mismo de la naturaleza, en la línea de la creación llevada  a cabo por Dios (Laudato Si, nn. 112 y 132).