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La tercera jerarquía

En el orden propuesto por el Pseudo-Dionisio Areopagita, la tercera jerarquía angélica está formada por los coros de principados, arcángeles y ángeles.

Según él, “hace las revelaciones y preside, comunicándose entre sí (entre los tres órdenes angélicos), las jerarquías humanas” para elevar a los hombres hacia Dios (La Jerarquía Celeste, cap. IX, 2). Los principados, de acuerdo con este autor, dirigen las obras ministeriales que han de ejecutarse por orden de Dios. Los arcángeles son los encargados de anunciar a los hombres las cosas más importantes y trascendentales, y los ángeles anuncian las de menor importancia.

San Gregorio Magno, que no sigue exactamente el mismo orden propuesto por el Pseudo-Dionisio, considera que los principados son los que presiden a los otros espíritus buenos de los ángeles y rigen también el cumplimiento de las disposiciones divinas. Los ángeles son “nuncios” y los arcángeles “nuncios supremos”, conforme a la lengua griega, ya que los primeros anuncian las cosas de menor importancia, mientras que los segundos lo hacen con las de mayor relieve: “de ahí que a María se le manda no un ángel cualquiera, sino el arcángel San Gabriel; pues justo era que para este ministerio viniese un ángel de los más encumbrados, puesto que anunciaba la mejor de todas las nuevas” (Homilías sobre los Evangelios, 34, 8 y 10).

Para San Bernardo, “podemos pensar que los ángeles, por datos de fe, son los espíritus asignados a cada uno de los hombres y enviados para ejercer su ministerio con los herederos de la gloria” (ya hablaremos de los ángeles custodios o de la guarda), y “de ellos dijo el Salvador: ‘Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi padre celestial’ (Lc 1,26). Podemos pensar que les preceden los arcángeles, quienes, iniciados en los misterios divinos, son enviados con misiones de extraordinaria importancia”. Por su parte, a los principados corresponde por su dirección y sabiduría  establecer, regir, limitar, transferir, alterar y cambiar todo poder superior de la tierra (Sobre la consideración, libro V, IV, 8).

Conclusiones sobre los coros angélicos

Como dijimos al empezar a hablar de las jerarquías y los coros angélicos, esta doctrina (sobre todo en lo tocante a las tres jerarquías) no es dogma de fe ni ha sido enseñada formalmente por la Iglesia, pero halla su fundamento en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia y ha sido aceptada de forma general por los teólogos. Tampoco es igual la enumeración realizada por unos autores u otros, aunque hay coincidencias en casi todos los órdenes. Aquí hemos seguido la del Pseudo-Dionisio, que fue su principal sistematizador, y de mayor a menor es así: serafines, querubines y tronos (primera jerarquía), dominaciones, virtudes y potestades (segunda), y principados, arcángeles y ángeles (tercera). San Gregorio Magno y San Bernardo no hablan de jerarquías y van ascendiendo  en los coros de menor a mayor de la siguiente manera: ángeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos, querubines y serafines.

Para el Pseudo-Dionisio, las tres jerarquías están unidas las unas a las otras por un punto de contacto entre el último coro de cada una y el primero de la siguiente, y, dentro de cada una, el coro intermedio sirve de enlace entre el primero y el tercero. De esta manera, hay como una cadena. Como ya se dijo, los más próximos a Dios instruyen a los menos cercanos y los guían hasta su presencia, su iluminación y la unión con Él (La Jerarquía Celeste, cap. IV, 3). Cada coro posee las perfecciones propias y las de los coros inferiores, y éstos procuran imitar a los superiores en cuanto pueden. El primer coro de la primera jerarquía (los serafines) está en contacto inmediato con Dios y el último de la tercera (los ángeles) lo está con el hombre.

En otro punto hablaremos de la meditación sobre los coros para la vida espiritual, algo sobre lo cual San Bernardo extrajo algunas enseñanzas de gran valor y las propuso al papa Eugenio III.