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La sabiduría del tiempo

Hombres, mujeres y también niños: ya todos, sin distinción, vivimos aceleradamente y agobiados, siempre echados hacia delante, en tensión hacia lo que va a venir «después». Siempre tenemos la sensación de que el tiempo es insuficiente, que se ha llenado demasiado y es demasiado estricto. El tiempo nos parece cada vez más valioso, y la vez cada vez más hostil. ¿Pero cómo se entra en la percepción del tiempo?

Los animales no conocen el tiempo, pero tienen experiencia de la repetición rítmica de los hechos. En efecto, la sucesión rítmica es una constante en la naturaleza: hay un ritmo en la sucesión de las estaciones, en las fases de la luna, en el instinto reproductivo de los animales, en la respiración. Esta sucesión rítmica, que nos trasciende y que no necesita nuestro control, forma un trasfondo tranquilizador y fiable, que supone un organizador fundamental de la vida.

También el ser humano, en el momento del nacimiento, desconoce el tiempo: la vida del recién nacido está secuenciada por un flujo de necesidades y sensaciones a las que no sabe ni puede dar respuesta él solo. Es un flujo que podría desbordarlo y desorganizado; solo el cuidado atento y «suficientemente bueno» de un  adulto puede introducirle en un

ritmo más ordenado, en el que reconocer y regular el tiempo del hambre y de la saciedad, el del sueño y el de la vigilia. Desde siempre, es sobre todo la mujer quien cuida del tiempo y de la sucesión de los ritmos, porque en ella, más que en el hombre, la naturaleza ha unido el cuerpo a ven- tanas temporales definidas. El tiempo es una variable central en la vida de las mujeres: ya sea en sentido horizontal –la repetición mensual de la menstruación y de los días fértiles– que longitudinal –la menarquía, la edad fértil, la menopausia–. Es un tiempo que, se quiera o no, gira alrededor del tema concreto y simbólico del hijo. No cambia nada porque se trate de un hijo al que aceptar, al que buscar o al que evitar: la pregunta sobre el hijo sigue siendo central e ineludible para las mujeres, y modifica su manera de percibir el tiempo.

Varón y mujer viven el tiempo de forma diferente

En la percepción masculina, las edades se suceden sin solución de continuidad y las funciones vitales se van sumando progresivamente. Le llevan a crecer en el plano humano y profesional según un orden lineal, que se dirige a una meta «fuerte» y unificada. La mujer, en cambio, percibe el tiempo de un modo circular y cíclico; su vida no se concentra en un solo objetivo principal, sino sobre tareas vitales que se superponen, se entrecruzan, se abren y cierran según «anillos de sentido» que son «fase-específicos», porque siguen el ritmo de pasos y transformaciones que dependen del carácter cíclico de su cuerpo. Por este motivo, la mujer, más que el varón, advierte con urgencia el tema del tiempo y sufre más que él la falta de buenos ritmos vitales. Por el mismo motivo, la madre percibe instintivamente la importancia de establecer los ritmos en la vida de su pequeño: siente que es este un deber prioritario y sabe que el hijo está bien cuando encuentra por fin un ritmo ordenado, que es lo contrario del agobio.

A causa de estas diferencias, puede parecer que el hombre sabe mirar más lejos o que la mujer no mujer es capaz de tener objetivos fuertes. Para no perder ocasiones muy valiosas, las mujeres han tratado de adaptarse al modo masculino de vivir el tiempo, y han renunciado a empeñarse en salvaguardar sus propios ritmos. Pero la pérdida del contacto con su propia dimensión temporal es perjudicial para las mujeres, que necesitan de la flexibilidad necesaria para «ajustar» continuamente el tiempo a las exigencias concretas y cambiantes de su vida y de las personas a las que quieren, e invertir en cada fase la energía necesaria para el deber central en ese momento. Nos estamos pareciendo cada vez más a murciélagos sin radar, estamos agobiadas y descontentas, porque el orden de la vida se ha perdido, y esto tiene graves consecuencias para nosotras y para las personas que queremos. Esforzarnos por salvaguardar el buen ritmo de la vida no es solo un objetivo para la feminidad, sino un objetivo necesario a todos: debemos recuperar juntos la «sabiduría del tiempo», tomando conciencia de su límite y revalorizando cada uno de los momentos preciosos que nos ha tocado vivir.

“El alfabeto de los afectos”.

Mariolina Ceriotti Migliarese.

Editorial Rialp. 150 páginas.