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Fundamentos teológicos de la condición del embrión humano

La consideración que la Biología, la Medicina y la Bioética hacen acerca del origen de la vida humana y de la consiguiente condición del embrión, aparte de apoyarse en los propios estudios científicos, puede y debe sustentarse también en las enseñanzas y la reflexión filosófica, pero asimismo en un argumento teológico de suma relevancia, al menos para quien parte de la óptica cristiana.

A partir de los datos puramente científicos, la Biología, la Medicina y la Bioética no dudan en hablar del origen de la vida humana en el mismo momento de la concepción y utilizan el término “embrión” para referirse a la nueva realidad que ahí comienza a existir,

aun teniendo presente el proceso de formación completa que habrá de desarrollarse en él. No obstante, no faltan las posturas y las opiniones que afirman que no se da una nueva vida humana individual e independiente hasta quince horas o incluso hasta catorce días con posterioridad a la concepción, si bien el dato científico certifica cada vez con mayor fuerza y seguridad que esto no es así, sino que se inicia propiamente en el instante en que el óvulo es fecundado por un espermatozoide (momento de la concepción).

Por su parte, basándose en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio, la Teología afirma dos verdades fundamentales: que la Virgen María fue Inmaculada desde el mismo momento de su Concepción; y que el Verbo de Dios se encarnó en el seno de Ella, asumiendo la naturaleza humana desde el mismo instante de la generación de ésta. Este argumento no convencerá tal vez a quienes no conceden valor alguno a los argumentos teológicos, pero sin embargo puede resultar fundamental para cualquier planteamiento cristiano, siendo capaz de iluminar la postura católica y en general la postura cristiana al respecto.

Ciertamente, si, como enseña el Concilio Vaticano II, “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et spes, n. 22), y si, como ya previamente había dicho Santo Tomás de Aquino, “el mismo Verbo encarnado es causa eficiente de la perfección de la naturaleza humana, pues, como dice San Juan, ‘de su plenitud recibimos todos’ (Jn 1,16)” (Summa Theologiae, III, q. 1, a. 6 in c), entonces este argumento cobra un valor esencial.

A los datos de la Biología y a las consideraciones de la Filosofía, la Teología puede aportar unas valoraciones definitivas, ya que estarán elaboradas a partir de la Revelación

bíblica, de la Tradición y de la razón teológica, y pueden reflejar el punto de vista de Dios al respecto. Si Dios es el Creador y el Señor de la vida, y si a Él debe el hombre su existencia sobre la Tierra, ¿quién mejor que Él puede decir cuál es el origen verdadero de la vida humana y cuál es la condición del ser humano?

Algunos textos significativos de la Sagrada Escritura

En la antigua mentalidad judía, según lo expresa bien el Antiguo Testamento, la fertilidad era vista como una bendición de Yahveh (así, Ex 23,26 y Dt 7,14), mientras que la esterilidad era tenida como una maldición (por ejemplo, Os 9,13-14). Las mujeres que sufrían la esterilidad, aun siendo virtuosas, padecían verdaderamente esta desgracia, y por eso era un motivo de gozo el alcanzar de Dios el don de la fertilidad y poder concebir uno o más hijos: se observa en el caso de Rebeca, esposa de Isaac (Gn 25,21), Raquel, esposa

de Jacob (Gn 29,31) y Ana, esposa de Elcaná (1Sam 1,1-20).

En los Salmos nos encontramos con algunas referencias que sugieren con total claridad la existencia de una vida personal del ser que se encuentra en el seno materno: “Desde el seno materno llegué a encontrar en Ti [refiriéndose a Dios] seguro arrimo, y desde las entrañas maternas, valedor en Ti he tenido” (Sal 70/71,6); “Porque Tú mis entrañas has formado, me modelaste en el seno materno. Te ensalzo, pues me hiciste a maravilla, y porque son tus obras admirables, y conociste mi alma cabalmente; patentes eran para Ti mis huesos, cuando en las sombras era yo formado y tejido en el fondo de la tierra; mis miembros sin formar vieron tus ojos, y escritos están todos en tu libro, y en qué días debían ser plasmados, sin que ni uno de ellos existiera” (Sal 138/139,13-16). En este segundo texto, resulta evidente el reconocimiento de la intervención divina en el origen de cada ser humano en el mismo seno materno: además de la acción generadora de los padres en el plano físico, hay que tener presente el papel creador que a Dios compete al insuflar el alma, así como el amor providencial y eterno con que ha mirado siempre al nuevo ser personal.