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El valor de las rutinas

Hace algún tiempo, en las páginas de la revista se publicaba la reseña del libro “Tiempo mío, tiempo nuestro

–La creación de uno mismo en el tiempo–”, de Carlos Javier Morales. Lo compré y debo decir que he disfrutado de la lectura: está todo pintarrajeado con marcas y subrayados. No tengo el atrevimiento de sintetizarlo, porque todo el argumento está muy bien encadenado, y rico en ejemplos, pero no me he resistido a proyectar en esta sección de “Temas para pensar” uno de sus capítulos: “El valor de las rutinas”. En él se habla de rutinas positivas y rutinas destructivas. De rutinas necesarias, del valor positivo de las rutinas positivas, de rutinas opresoras y de la automatización de nuestra sociedad, así como de la desautomatización de las rutinas.

La argumentación coge aún más fuerza con el planteamiento que se hace, en el capítulo siguiente, sobre el aburrimiento, sobre su esencia y la oportunidad de aburrirse. Es toda una ventana abierta, por la que entra aire puro para la reflexión.

Extraigo algunos trechos que he subrayado, un tanto salteados, pero que servirán de ítems para despertar la curiosidad y el interés por cuestionarse el ritmo de vida en nuestra existencia moderna:

“Si entendemos por rutina el hábito de hacer una cosa por puro dominio práctico, sin que sea necesaria la mediación de la inteligencia, las acciones rutinarias no pasan de ser acciones mecánicas que, por esa misma razón, no dejan ningún margen a la creatividad de la persona. Sin embargo, para la creación de uno mismo es tan necesario destruir las rutinas opresoras como adquirir unas rutinas que permitan encauzar las acciones novedosas de la vida en unas coordenadas adecuadas de espacio y de tiempo.

Por ejemplo, quien conduce un vehículo debe tener automatizadas (es decir, asimiladas mecánicamente) la mayoría de las acciones que hacen funcionar la maquinaria del coche según el modo adecuado en cada momento. En la medida en que uno esté pensando en cómo se encienden las luces antiniebla o cómo funciona el limpiaparabrisas ante una fuerte lluvia, se encontrará más y más incapacitado para afrontar todas las contingencias e imprevistos que surgen en la vía de circulación, y ser creativo.

 

Pensemos en la creatividad necesaria para poder escuchar a un amigo que nos plantea un

problema personal de difícil solución y que necesita algún consejo orientador por nuestra parte. Si en ese momento yo sintiera mucha hambre y no supiera nada sobre dónde, cuándo y qué comer, hasta el punto de tener que resolver mentalmente ese problema durante la conversación, sería incapaz de prestar a mi interlocutor la atención tan intensa que requiere.

Las rutinas nos permiten centrar nuestra atención en la novedad de cada instante y de cada acontecimiento de nuestra vida.

El único peligro de las rutinas es que lleguen a regir la acción creativa propia de cada momento y no solamente las acciones simultáneas. Si la actividad libre de mi espíritu se convierte en rutina, perderé la libertad y adoptaré una vida totalmente automática, que entonces pasa a ser una vida infrahumana.

Automatización de la sociedad

Progresar implica crear un mundo más personalizado, más capaz de responder a las necesidades de la persona, es decir, más capaz de que cada uno de nosotros pueda encontrarse más plenamente con el otro y con los otros. Y si bien las tecnologías de la información y la comunicación han posibilitado las condiciones físicas para que nos encontremos con más y más personas de todo el mundo, nuestros encuentros son cada vez más planos y superficiales. El trabajo es más creativo porque lo manual lo hacen las máquinas, pero la creatividad que aporta cada uno de los trabajadores de los países desarrollados cada vez es más superficial y uniforme.

Desautomatizar las rutinas

Para que las rutinas contribuyan a la vida creadora y no repriman la expansión de nuestro

ser personal, han de cumplir una condición indispensable: permitirme desautomatizarlas.

En nuestra sociedad de la prisa y de la productividad, cada vez somos menos capaces de replantearnos el sentido de nuestras rutinas y de modificarlo según nuestra conveniencia: ¡tenemos tanto que hacer, que no tenemos ni tiempo para pensar si podríamos hacer las cosas de otra manera!

Para salvaguardar la creatividad personal en medio de tantas rutinas, se hace imprescindible saltarnos cada día alguna de ellas. Solo así estaremos en condiciones de comprobar si esa práctica rutinaria nos resulta útil o, por el contrario, constriñe la libre actuación de nuestra vida creadora.

Por ejemplo: si estoy convencido de que la ruta más corta para trasladarme en coche al lugar de trabajo es la que sigo todos los días, será muy clarificador el hecho de cambiar de ruta un día cualquiera. Ese cambio de itinerario me ayudará a descubrir detalles de mi ciudad o del campo que hasta ahora desconocía. El mundo me enseña otro rostro, encontrarme con el mundo y con los otros.” _

“Tiempo mío, tiempo nuestro – La creación de

uno mismo en el tiempo” Carlos Javier Morales.

Ediciones Rialp, Madrid, 2021.