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El pintor Eugenio Giraud en su estudio

Eugéne Giraud en su estudio

De pie, en el centro de su estudio, el pintor Eugène Giraud posa frente a uno de sus cuadros de gran formato –Aduana en el paso de Simplón–, fechado en 1880.

La gran claraboya del techo proporciona una generosa iluminación; la pared izquierda está toda cubierta de pinturas; enfrente, una panoplia de armas blancas y una gran variedad de objetos, adquiridos en sus viajes por España, Argelia o Egipto, que le sirven como modelos e inspiración.

Su hermano Charles, también artista, doce años menor y discípulo suyo, nos introduce en este singular espacio. Se autorretrata, muy discretamente, a la izquierda, con levita roja y sentado en un sillón junto a su sobrino Víctor, igualmente pintor, que observa con atención una lámina.

Antoinette, esposa de Charles y cuñada de Eugène, entretiene a un bebé, que parece estar siendo pintado en el pequeño lienzo ovalado del caballete. Delante, en torno a una mesa de trabajo, Marie, la hija de Antoinette, conversa con una alumna que, en ese momento, se distrae de las indicaciones que le dan. El perro contempla la escena, tranquilo, echado junto a una piel de león, frente a un diván, a modo de alcoba nazarí, de la que cuelgan suntuosas cortinas.

En su taller, Eugène se siente como un rey. Es el corazón de su casa, un lugar lleno de vida donde presenta sus obras y recibe aficionados y amigos.

Sofás, alfombras, faroles dan al ambiente un aire de opulencia que nos habla de exotismo y fantasía, de una vida original, sosegada y cálida.

Hoy lo que está de moda es una pared vacía con una gran televisión de pantalla plana, conectada a internet.

Felipe Barandiarán