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El embrión humano en los libros proféticos y sapienciales

Por eso precisamente, se le viene a reconocer un claro carácter personal y que goza ya de la vida. Tal es el caso del profeta Isaías, que dice de sí mismo: “Yahveh me ha llamado desde el vientre materno, desde las entrañas de mi madre ha anunciado mi nombre. […] Mas ahora dice Yahveh, que desde el vientre materno me predestinó para siervo suyo a fin de que haga volver a Jacob a Él” (Is 49,1.5). Es decir, nos hallamos ante una vocación para una misión, que Dios ha pensado con anterioridad a que el propio profeta adquiriera

conciencia de sí. Y se trata de una vocación auténtica, personal, porque ha implicado nada menos que el anuncio del nombre del profeta desde el seno materno: o sea, el profeta tiene para Dios un nombre propio, un nombre personal, desde el mismo seno materno. Muy semejante es lo que dice Yahveh a Jeremías cuando le anuncia su vocación. Según el texto, son éstas nada menos que las primeras palabras con que se dirige a él: “Antes que te formara en el vientre te conocí y antes que salieras del seno materno te consagré, como profeta para las gentes te puse” (Jer 1,5). En este caso, se acentúa aún más la predilección y elección divina sobre el nuevo ser, no ya desde el mismo origen de éste en el seno materno, sino desde la eternidad; lo cual revela el amor eterno de Dios sobre el nuevo ser humano que se gesta en el seno materno, un ser que es personal y goza ya de vida. Más adelante, el libro del Eclesiástico incidirá en esta elección divina sobre Jeremías desde el seno materno (Sir 49,[7]). Hay que decir que la Tradición y la Liturgia cristianas han aplicado asimismo estos textos de Isaías y Jeremías a la figura de San Juan Bautista.

Y puesto que hemos mencionado el libro del Eclesiástico, obra de Jesús ben Sirac hacia principios del siglo II a. C., no podemos olvidar otro pasaje muy significativo de él donde se dice que Dios “ensalza al hombre desde el útero y lo forma según su voluntad” (Sir 50,24/22): esto suponeuna verdadera y clara manifestación de la dignidad que el ser humano, ya desde el seno materno, goza ante los ojos de Dios, quien precisamente le confiere esa dignidad y lo ensalza. Dentro también de la literatura sapiencial, el libro de la Sabiduría asevera con claridad: “Soy yo también mortal, igual que todos, y descendiente del primer hombre, plasmado de tierra, y en el seno materno fui modelado en carne, durante diez meses cuajando con la sangre, de semilla de varón y del placer que acompaña el sueño” (Sab 7,1-2). Nos parece de suma importancia este texto, ya que reconoce la existencia de un ser de la especie humana con vida individual desde el mismo momento de su concepción en el seno materno, gracias al semen del padre.

Otro libro que cuenta con algunas referencias muy ricas es el de Job. Cuando el protagonista se deja llevar por la queja ante su desgracia y llega a lamentar su existencia, dice: “¡Pereciera el día en que yo había de nacer y la noche que dijo: Un varón ha sido concebido. ¡Fuera tinieblas aquel día […]! ¡Se apoderase la oscuridad de aquella noche […]! ¡Sí, fuera esa noche estéril […]! Pues no cerró las puertas del seno de mi madre […]” (Jb 3,3-13.16). Job lamenta, pues, no sólo el momento de su nacimiento, sino el mismo momento de su concepción en el seno materno, aquella noche en que un varón fue

concebido: es decir, un individuo de la especie humana, uno concreto, un ser que podemos decir personal, cual es el propio Job. Llega a desear que las puertas del seno de madre hubieran quedado cerradas para no poder ser concebido en él. Todo lo cual supone una manifestación de que en la fecundación se produce el origen de un nuevo ser humano que goza ya de vida individual desde ese mismo momento, aun cuando todavía dependa de su madre para poder crecer hasta que nazca. Cabría además añadir algunos otros textos elocuentes del mismo libro, que vienen a confirmar estas ideas que estamos viendo (así, Jb 31,15.18).

En consecuencia, la tradición judía recuerda cómo la presencia de Dios (Shekhinah) reposa sobre el niño desde el seno de su madre, y que el cántico de Moisés fue cantado no sólo por los niños de pecho, sino también por los más pequeños embriones enclaustrados en el seno materno (así lo señala el Tratado Mekhita Shirah, 1,35a; el cántico, Ex 15,1-18).