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Ciencia y moral sí van unidos

Christopher Reeve, el famoso actor que interpretó a Superman en unas cuantas películas y que se quedó inválido, de hombros para abajo, tras un accidente hípico en 1995. Y aunque falleció en 2004, le dio tiempo a publicar un par de obras. “Nada es imposible” consiste en una autobiografía muy actual que entremezcla reflexiones varias sobre la vida, la enfermedad, la fe y las esperanzas humanas.

Cualquier cosa que escriba o diga alguien atado a una silla de ruedas de por vida merece una gran atención, claro está: sólo vive para sus pensamientos. Pero aquí no voy a hablar de las muchas preguntas que suscita esta obra, sino de un argumento en particular que se esconde entre sus líneas y que, en el fondo, es el que emplean bastantes personas a diario. Es una manera de pensar muy extendida y que, si no acertamos a descubrir su error de base, puede confundir nuestro criterio moral. A veces es el modo con el que tratan de reducir algunos de nuestros planteamientos católicos.

Los embriones humanos

Para Reeve, gran defensor del progreso científico, era indispensable la investigación con embriones humanos para dar con descubrimientos valiosos que permitieran la cura de tantos y tantos tetrapléjicos como él. ¿Por qué no tratar con embriones ya fecundados - argumenta Reeve -, si de todas formas los van a desechar en un futuro?

Por supuesto, tirar a la basura los embriones humanos es un error. Mejor dicho, un crimen. Pero también lo es manipular con ellos genéticamente, por muy bueno que sea el fin que se persiga. Una cosa muy similar ocurre cuando algunos sostienen que el aborto es válido cuando ha habido una violación de la madre: por muy comprensible y deseable que sea aliviar al máximo el pesar y la responsabilidad de esa chica, ello no justifica que abortar - o sea, aniquilar una vida humana - sea el medio adecuado.

Cuidado con los argumentos

Reeve incurre en un error de razonamiento, no de concepto ni de propósito. ¿Quién no quiere salvar a miles de pacientes con minusvalías varias? ¿Quién no quiere reducir el dolor y el sufrimiento de una mujer que resultó embarazada por culpa de una violación? Esos fines no son sólo admisibles o respetables, sino deseables. Pero lo que no es tolerable es el método del que unos cuantos pretenden servirse.

Nadie pone en duda que corren unos tiempos excepcionales. La ciencia avanza a pasos gigantescos. Sin embargo, la máxima “el fin no justifica los medios” sigue siendo vigente pese a quien le pese, independientemente de la forma bajo la que se disfrace.

Ciencia y ética están conectadas, nos guste admitirlo o no. Ambas tienen que ver con el ser humano. De ambas se derivan decisiones libres; y por consiguiente, responsabilidad; y por consiguiente, mérito o culpa.

A los jóvenes a veces nos puede costar entenderlo, porque tendemos a asociar la religión únicamente con portarse bien o mal y con ir a Misa. Pero no: en el catolicismo vamos más allá de los ritos y de los diez mandamientos. Nuestra religión comporta, además, una manera de vivir, una manera de involucrarnos en el trabajo y de relacionarnos con la ciencia, cuyo fin, siempre, debe ser servir al ser humano.