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Borrón y cuenta nueva

Quién no ha fallado en algún momento a su padre, a un hermano, a un ser querido, y se ha comportado como un perfecto cretino?

Se convierte también en un texto valioso cuando caemos en la cuenta de las múltiples perspectivas en que puede ser considerado.

Por un lado, está el hijo díscolo y protagonista principal; por otro, el mejor comportado y, a la larga, más resentido; o el propio padre, cuya bondad y generosidad resultan clarísimas; o la madre, un personaje ausente…

Ay, el perdón de Dios: lo damos por hecho, y es un gravísimo error que así sea. Constituye

quizá el mayor regalo que se nos ha otorgado desde Arriba y que confiere un sentido radicalmente distinto a nuestra existencia. Es también lo que nos distingue de un sinfín de religiones. Porque, aunque nos equivocamos, Dios está dispuesto a brindarnos su misericordia, pase lo que pase, si nos mostramos arrepentidos y reconocemos la necesidad de ser ayudados.

Si lo pensamos bien, cuando el hijo le pide al padre, al principio del relato, la parte de la

herencia que le corresponde, en el fondo le está deseando indirectamente la muerte… algo cruel y egoísta, sin duda, porque demuestra que sólo le quiere por el legado que su progenitor le pueda dejar. Pues bien, ¿no seremos así de interesados nosotros, con un comportamiento parecido, al desenvolvernos con quienes nos rodean? ¿No estaremos traicionando la confianza y el amor desinteresado de personas queridas por el simple antojo de un capricho cortoplacista?

Hay muchos estudiosos que afirman que el verdadero protagonista de esta parábola es Dios, representado en la figura del padre, cuyo corazón puede acoger y amar tanto a las personas que siempre le han sido fieles como a las desagradecidas o indiferentes. De alguna forma, su capacidad de querer es tan expansiva que tiene el poder de convertir cualquier corazón humilde. El padre no sólo perdona, sino que perdona a lo grande: manda matar el novillo cebado y ordena montar toda una fiesta para celebrar el regreso del hijo.